No podremos ser libres en
tanto el Miedo anide en nuestro ser. El miedo puede llegar a ser muy poderoso
porque es instintivo: brota de nuestro afán de supervivencia y abarca mente,
cuerpo y espíritu. Es preciso desterrarlo para que no se convierta en una rémora
que impida o estorbe a nuestro Camino.
El miedo suele sumir a nuestro Yo Interno en una noche oscura. Puede llegar a ser paralizante e impedirnos el movimiento. Así no podremos recorrer el Camino y por ello es preciso no sólo evitarlo, sino deshacernos definitivamente de él.
El miedo suele sumir a nuestro Yo Interno en una noche oscura. Puede llegar a ser paralizante e impedirnos el movimiento. Así no podremos recorrer el Camino y por ello es preciso no sólo evitarlo, sino deshacernos definitivamente de él.
El miedo es instintivo, pero
la sensación del miedo se nos enseña a sentir desde niños. El miedo es el
primer condicionante impuesto y aprendido, para acceder al mundo de los
adultos. El adulto siente miedo, vive con miedo. El niño no: es ajeno a ésta
sensación negativa. Sólo en caso de un peligro inminente, real y próximo, el
niño siente miedo. Al niño se le enseña a sentir temor a Dios. Y me pregunto:
¿cómo podemos sentir miedo del Amor Absoluto? Es la máxima contradicción en la
que han caído las religiones: si Dios nos ama, luego entonces no podemos sentir
miedo de Él.
La condicionante que se nos
inculca es la dualidad recompensa-castigo. El deseo de ser recompensados y el
miedo al castigo. Sin ser conscientes de lo que ello implica, nuestros padres
nos condicionan dos aspectos negativos: el temor a la reprensión, a ser
castigados, y el deseo de obtener algo a cambio si cumplimos las expectativas.
A partir de ese momento, ésta dualidad nos acompañará en todas las decisiones de
nuestra vida. El deseo y el miedo nos esclavizan hasta que nos liberamos de
ellos.
En ello se basan las
religiones institucionalizadas para ejercer el control sobre los hombres: el
Paraíso y el Infierno. Sólo los oficiantes religiosos son tan astutos para
amenazarnos con el miedo de perder nuestra alma, algo tan imposible como
irracional. Porque nos pueden amenazar con desprendernos de los bienes
materiales y en ello se sustentan nuestros miedos. El miedo se basa en lo
material porque el espíritu y la mente nadie nos los puede arrebatar, salvo el
Uno. Lo material puede perderse o ser arrebatado. El miedo descansa entonces en
el apego material.
El miedo es una motivación
negativa en la que subyacen muchos de nuestros actos. El miedo nos frena y nos
condiciona. Por ello, el miedo ha sido largamente aprovechado para que algunos
hombres logren ejercer el control y el dominio político o social. Amenaza y
miedo son palabras que se complementan. Ambos términos son uno solo.
Los dioses y las religiones
nacieron del miedo. Se nutrieron de éste principio. Aunque se han revestido con
el ropaje del misterio, del ritual, de la fe, todos ellos no son sino
vestimentas del miedo. El hombre en sus albores, era incapaz racionalmente de
explicarse los fenómenos naturales del planeta, de su universo. Entonces nació
el miedo y con él, las religiones.
Los temores han explotado al
hombre porque el hombre ha explotado sus temores para su propio provecho.
Muchos de los miedos han sido fabricados por la desbordada imaginación del
hombre. Conceptos tales como los fantasmas, las brujas, los monstruos, son irreales:
carecen de sustento tangible y han derivado en obras literarias fantásticas o
al menos, en representaciones simbólicas. Aun así, hay quien cree en ellos.
Muchas definiciones
coinciden en que el miedo es una emoción desagradable, pero necesaria para la
supervivencia. Si bien es cierto que en su aspecto pasivo el miedo ha librado
al ser humano de la extinción, no deja de ser cierto que con frecuencia se le
confunde con la Prudencia, indispensable para que el Caminante no caiga en las
trampas del Camino ni en las garras del egocentrismo.
No es posible vivir la vida
con miedo. Una vida con miedo no es vida. Es una vida pletórica de desasosiego,
de angustia, de desesperación. Sería como vegetar, como transformarse en una
estatua. Al vivir siempre con miedo, no habría paz interior, se extinguiría el
Yo. Nos convertiríamos en lo que tememos y el miedo, al asumir el control y el
dominio total del espíritu, sería el Yo. El miedo se volvería en nosotros.
Si no pensamos, no sentimos
miedo. Pero es imposible no pensar. Si vivimos recordando el pasado, tendremos
miedo del presente. Si vivimos imaginando el futuro, tendremos miedo de lo que
nos depare. Hacia atrás es historia, y no podemos cambiarla. Hacia delante es
solo imaginación y aún no ha ocurrido. Por ello debemos trascender ilusiones
falsas como el ayer incambiable y el mañana, indefinible. Todo aquello que no
se puede cambiar y todo aquello que no se puede definir, no deben ser
preocupación nuestra ni sentir miedo.
El Caminante ha de transitar
el sendero libre de todo aquello que lo esclaviza a sí mismo y a los demás,
esclavo del propio mundo que ha creado y del cual ha perdido el control. Y
cuando se ha perdido la ilusión del control, no queda más remedio que ser
libre.
Ser libre del miedo no debe
de ser una aspiración, sino una realidad. La lucha contra el miedo o contra
nuestros miedos se lleva a cabo con esfuerzo, porque el miedo es una emoción
tan intensa, que requiere de todo nuestro poder interior para dominarlo, para
vencerlo, para desterrarlo.
Como acto reflejo el miedo
siempre estará presente en nosotros para recordarnos nuestras raíces animales,
para recordarnos que el instinto pervive en nosotros y que debemos de dominarlo
para acceder a nuestro propio crecimiento espiritual.
Vivir sin miedo es vivir en
plena luz de nuestra Conciencia.
Publicado por Héctor Ortega
C.
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