viernes, 1 de agosto de 2014

El Camino de la Masonería

¿Por qué permanecemos en ella?

Pertenecemos a la Orden Masónica, asociación que goza de una dudosa popularidad entre los Profanos y mejor prestigio entre los propios, siguiendo la conseja popular que afirma que quién va a hablar mejor de uno que uno mismo y por ese motivo, bastante válido en todos los aspectos de nuestra vida y de las ajenas, es prácticamente imposible encontrar algún no-masón, es decir, Profano, que diga dos o tres verdades acerca de la Masonería, toda vez que para empezar se encuentra imposibilitado de hacerlo, pues a veces ni siquiera los propios masones saben qué es la Masonería y, en segundo lugar, el proceso vivencial y contextual en que dicho profano se ha desarrollado dista mucho de colocar a la Masonería en un pedestal y más bien llena la cabeza a todo ser humano de simplezas, tonterías, nimiedades, absurdeces y desatinos que en más de una ocasión nos preguntamos de dónde diablos tendrá el ser humano cabida para tanta imaginación y se nos olvida que el cerebro puede ser tan lúcido como tramposo en sus efluvios neuronales. Y decía y digo, además, que muchas veces ni siquiera los mismos masones saben qué es la Masonería, vamos, no sabemos qué estamos haciendo aquí. Y para muestra habría que atrevernos a hacer una encuesta –herramienta tan en boga de hogaño- a cada uno de los Hermanos y soltarles a bocajarro “¿Por qué entraste a la Masonería?” Pregunta que tiene un mil aristas a su alrededor y que daría origen no a una respuesta simple, pura y directa, sino que originaría debates y mesas redondas de media hora y hasta de dos o ciento veinte minutos, que es lo mismo, contados alrededor del tradicional y consabido ágape en torno a una mesa donde ya no serían dos, sino hasta cinco, seis o siete los comensales que se irían por las ramas saltando de tema en tema hasta que se pierda en el olvido la pregunta original y se acabe hablando de temas tan variopintos y total, el momento filosófico habrá que dejarlo para después en tanto se critique, una vez más, al gobierno del país que de tanto hacerlo ya resulta una conversación anodina, como si dos médicos se pusieran a hablar del remedio de la gripe o dos sacerdotes de la comunión cristiana.
Peritos de todo y remendadores de nada, al fin y al cabo los masones nos permitimos soñar despiertos y evocar momentos gloriosos, menos crueles y más dignos del pasado que nunca conocimos en vivo y en directo, pero de los que nos sentimos orgullosos como si hubiéramos sido testigos presenciales de los mismos. Total que una vez más, nos quedamos en ascuas y con las ganas de saber porqué el Hermano Fulano de Tal entró a la Masonería; y ello tal vez hubiera sido mejor preguntárselo en el momento en que penetró en el umbral de los más recónditos misterios y enigmas que están velados al común de los mortales en nuestros Templos. Mejor hubiera sido agarrarlo descuidado y con espada en mano, que en ese momento hubiera sido más sincero de lo que podremos esperarlo ahora, Fraternidad y Amor Filial de por medio o no. Lo mejor sería preguntarle ahora “¿Por qué permaneces en la Masonería?”, pregunta que si bien no desarma al interpelado, por lo menos lo pone a meditar por unos buenos y eternos segundos en que buscará entre los laberintos de su mente una respuesta que nos deje satisfechos y que, a su vez, no propicie que vayamos de correveidile con el Venerable Maestro o que andemos pregonando a los cuatro vientos que el susodicho Hermano está en la Masonería porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Astutamente ninguno de a quienes les preguntemos nos dirá con honestidad una respuesta de lo más profundo de su corazón, a lo mucho mirará hacia los lados esperando que llegue un tercero a sacarlo del atolladero en que lo hemos metido y suplicará con la mirada al Hermano más capaz en la oratoria o en la filosofía que venga a sacudirle el moscardón. Por supuesto que no faltaría la ocasión en que el Hermano al que le hacemos la pregunta haga un impasse inesperado y nos la revire: “No, primero dime tú por qué permaneces en la Masonería” y entonces seríamos nosotros los que escrutaríamos con la mirada a algún Hermano salvador que nos saque del pozo que nosotros mismos hemos cavado, porque aceptémoslo, tampoco tenemos una respuesta razonada y satisfactoria y a lo mucho nos contentaremos todos con decir al unísono que estamos en la Masonería porque nos gusta, que es más general y menos comprometedora, pero en gustos se rompen géneros y lamentablemente seguimos con la duda que nos agolpa las sienes y nos quita el sueño. Podemos lanzarla en medio de la Tenida y esperar a que uno a uno los Hermanos nos cuenten un anecdotario que va desde el consabido y esperado “Porque soy liberal” y punto, hasta que nos salgan con la melodramática historia que en un principio la logia lo rechazó hasta que de tanto insistir pudo entrar y ya tiene más de diez, veinte o treinta años en la Logia, orgullosamente, que también de orgullo se alimenta el ego de los masones.
Hemos de reconocer que ambas preguntas tienen sentido: porqué entramos no es lo mismo que preguntar porqué permanecemos. Es el equivalente a salir a dar un paseo para bajar la comida del mediodía y encantarnos tanto con el paisaje y la caminata en sí que a los veinte minutos se nos olvide por qué salimos a la calle. Es un ejemplo burdo y pueril, pero válido, porque todos los que estamos en la Logia, cualquier logia del universo mismo (que es decir, de la Tierra porque hasta la fecha no hay noticias de logias masónicas en las Pléyades o en Orión) entramos por un motivo determinado y con el caminar en la Masonería, el mismo ha variado una o más veces y al final nos quedamos porque no hemos podido satisfacer la necesidad que imperiosamente tuvimos en un inicio o que obtuvimos al andar por este Camino y esperamos en un momento determinado poder decir con orgullo, “he concluido mi Camino, hasta aquí llegué”, pero no faltan los Hermanos que nos salen con la cacareada frase de “Siempre seremos aprendices”, o su forma negativa “Nunca dejamos de ser aprendices” y una vez que pensamos ya poder respirar tranquilos y haber alcanzado el pináculo de nuestra Masonería Personal en conocimiento, filantropía, sabiduría, amistades, política o sentido social, que los motivos son variopintos y múltiples, nos salen con que somos idóneos para entrar a los altos grados o que sigamos el ejemplo de Perenganito que estuvo cincuenta años en la Logia, y en fin, que los Hermanos atinan en apretar en nosotros el botón correcto, el del orgullo, y decidimos quedarnos otra temporada, hasta que volvamos a lanzar la amenaza de ahora sí, dejar la logia y recorrer otros caminos, o de plano morir en pleno uso de nuestras facultades masónicas. Y no está de más que nos recuerden que estamos en una institución cuya historia “se pierde en la noche de los tiempos”, frase absurda e inútil, porque a decir de José Saramago: los tiempos dejaron de ser noche de sí mismos cuando la gente comenzó a escribir y al comenzar a escribir, se empezaron a registrar los hechos del mundo, se hizo la luz y se dejó la oscuridad. Pero los masones nos brincamos entusiastamente ésta reflexión y preferimos quedarnos con los dichos prefabricados.
Razones para haber entrado a la Masonería las hay de sobra, quizás no nos aceptaron en ninguna otra institución y ésta fue la única que satisfizo nuestro sentido genéticamente gregario, o desde niños andábamos de rebeldes sin causa y encontramos la causa al leer una enciclopedia o en algún cotilleo familiar se lanzó al aire el argumento de que los masones somos los chicos desobedientes por antonomasia en toda la historia, o en los últimos doscientos noventa y dos años, que es lo mismo (y más realista) y ni tardos ni perezosos nos avocamos a meter nuestra solicitud de iniciación. Pero las motivaciones varían y deben estar reforzadas con, nos guste o no, pensamientos mágicos o ideas místicas en el sentido de que vamos a dominar al mundo y, no lo neguemos, no falta quien entra convencido de que le va a tocar un trozo del planeta, aunque sea en medio del atolón de Muroroa. O bien, que en nuestras logias se encierran oscuros y misteriosos misterios, con perdón del pleonasmo, que de develarse pondrían al mundo de cabeza, haciendo cimbrar los hilos del poder y caerían instituciones milenarias, como si pudiera ser verdad lo que andan diciendo Dan Brown, Tom Egeland o Raymund Khoury, que de teorías conspiranoicas andamos ya más que satisfechos, pletóricos de ellas; y cuando declaramos no saber dónde está la Atlántida, o el Santo Grial ni quién asesinó a Kennedy, entonces llega la lógica-ilógica tóxica y desviada de las mentes que afirman que los masones de la calle no sabemos estas cosas y sólo los grandes jerarcas, que ni existen, saben los más recónditos secretos y ninguno de ellos se conoce, que son doce y que están en algún sitio perdido del planeta, llámese Shangri-Lah o Jardín Masónico de las Delicias. O bien, que en las logias se obtienen poderes maravillosos que solo los Verdaderos Iniciados han desarrollado, lo que no deja de deprimir, pues entonces, por conclusión, ninguno de nosotros es un Verdadero Iniciado y solo pasamos por la ceremonia de noche, o de plano somos indignos de mirar al Espejo Mágico sin convertirnos en piedra. O bien, que somos herederos de los Templarios y que nuestra misión es vengar a Jacques De Molay y acabar con la Iglesia Católica, como si pudiese hacerse, que los mismos sacerdotes, diáconos, cardenales, obispos, arzobispos y papas llevan dos mil años tratando de destruirla, sin poder lograrlo; además de que existen otras dos mil asociaciones antiguas y modernas que dicen ser herederas del Temple, de Hugues de Payn, de Jacques De Molay, se ponen sus capas blancas con la cruz paté y andan gritando “Hiersolyma est perdita”, mostrando documentos de dudosa antigüedad que lo mismo pudieron hacerse en la Francia del siglo XI o en la Plaza de Santo Domingo en Ciudad de México hace tres días, tratando con los mismos de reivindicar los derechos que Clemente V les arrebató en 1314. O bien, que sabemos que el mundo se va a acabar en diciembre del 2012 y que estamos preparándonos para salir todos en una nave extraterrestre antes de que tomen posesión Peña Nieto y Angélica Rivera de la anunciada Presidencia de México.
Todas estas paparruchadas provienen de la mente inflamada de personas con un pensamiento mágico, inevitable si se quiere, porque finalmente hemos de aceptar que la fe en efecto puede mover montañas, ya sea que Mahoma vaya o no a la misma o que creamos que aun existen milagros. Los seres humanos precisan de este sentido de creencia, pues a veces es lo único que los mantiene vivos o en un menor estado vegetativo, aunque los masones estamos creados con un molde diferente, si bien no quiere decir que sea el correcto, aunque para nosotros así sea. La Masonería no precisa de este pensamiento, ni de gente que sea iniciada creyendo que se va a hacer con el Poder supremo y que va a conocer el Nombre de Dios, el verdadero, el único, la Palabra que se perdió y que puede destruir al universo entero: y es que un nombre no es nada y la prueba la encontramos en que Alá que, a pesar de los 99 nombres que dice el Corán que tiene, no ha conseguido ser mas que Dios. La Masonería requiere más bien, Hermanos que puedan ser capaces de por lo menos, responder a la pregunta “¿Por qué permaneces tú en la Masonería?”.

Publicado por Héctor Ortega C

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