¿Por qué permanecemos en ella?
Pertenecemos
a la Orden Masónica, asociación que goza de una dudosa popularidad entre los
Profanos y mejor prestigio entre los propios, siguiendo la conseja popular que
afirma que quién va a hablar mejor de uno que uno mismo y por ese motivo,
bastante válido en todos los aspectos de nuestra vida y de las ajenas, es
prácticamente imposible encontrar algún no-masón, es decir, Profano, que diga
dos o tres verdades acerca de la Masonería, toda vez que para empezar se
encuentra imposibilitado de hacerlo, pues a veces ni siquiera los propios
masones saben qué es la Masonería y, en segundo lugar, el proceso vivencial y
contextual en que dicho profano se ha desarrollado dista mucho de colocar a la
Masonería en un pedestal y más bien llena la cabeza a todo ser humano de
simplezas, tonterías, nimiedades, absurdeces y desatinos que en más de una ocasión
nos preguntamos de dónde diablos tendrá el ser humano cabida para tanta
imaginación y se nos olvida que el cerebro puede ser tan lúcido como tramposo
en sus efluvios neuronales. Y decía y digo, además, que muchas veces ni
siquiera los mismos masones saben qué es la Masonería, vamos, no sabemos qué
estamos haciendo aquí. Y para muestra habría que atrevernos a hacer una
encuesta –herramienta tan en boga de hogaño- a cada uno de los Hermanos y
soltarles a bocajarro “¿Por qué entraste a la Masonería?” Pregunta que tiene un
mil aristas a su alrededor y que daría origen no a una respuesta simple, pura y
directa, sino que originaría debates y mesas redondas de media hora y hasta de
dos o ciento veinte minutos, que es lo mismo, contados alrededor del tradicional
y consabido ágape en torno a una mesa donde ya no serían dos, sino hasta cinco,
seis o siete los comensales que se irían por las ramas saltando de tema en tema
hasta que se pierda en el olvido la pregunta original y se acabe hablando de
temas tan variopintos y total, el momento filosófico habrá que dejarlo para
después en tanto se critique, una vez más, al gobierno del país que de tanto
hacerlo ya resulta una conversación anodina, como si dos médicos se pusieran a
hablar del remedio de la gripe o dos sacerdotes de la comunión cristiana.
Peritos
de todo y remendadores de nada, al fin y al cabo los masones nos permitimos
soñar despiertos y evocar momentos gloriosos, menos crueles y más dignos del
pasado que nunca conocimos en vivo y en directo, pero de los que nos sentimos
orgullosos como si hubiéramos sido testigos presenciales de los mismos. Total
que una vez más, nos quedamos en ascuas y con las ganas de saber porqué el
Hermano Fulano de Tal entró a la Masonería; y ello tal vez hubiera sido mejor
preguntárselo en el momento en que penetró en el umbral de los más recónditos
misterios y enigmas que están velados al común de los mortales en nuestros
Templos. Mejor hubiera sido agarrarlo descuidado y con espada en mano, que en
ese momento hubiera sido más sincero de lo que podremos esperarlo ahora,
Fraternidad y Amor Filial de por medio o no. Lo mejor sería preguntarle ahora
“¿Por qué permaneces en la Masonería?”, pregunta que si bien no desarma al
interpelado, por lo menos lo pone a meditar por unos buenos y eternos segundos
en que buscará entre los laberintos de su mente una respuesta que nos deje
satisfechos y que, a su vez, no propicie que vayamos de correveidile con el
Venerable Maestro o que andemos pregonando a los cuatro vientos que el
susodicho Hermano está en la Masonería porque no tiene otra cosa mejor que
hacer. Astutamente ninguno de a quienes les preguntemos nos dirá con honestidad
una respuesta de lo más profundo de su corazón, a lo mucho mirará hacia los
lados esperando que llegue un tercero a sacarlo del atolladero en que lo hemos
metido y suplicará con la mirada al Hermano más capaz en la oratoria o en la
filosofía que venga a sacudirle el moscardón. Por supuesto que no faltaría la
ocasión en que el Hermano al que le hacemos la pregunta haga un impasse
inesperado y nos la revire: “No, primero dime tú por qué permaneces en la
Masonería” y entonces seríamos nosotros los que escrutaríamos con la mirada a
algún Hermano salvador que nos saque del pozo que nosotros mismos hemos cavado,
porque aceptémoslo, tampoco tenemos una respuesta razonada y satisfactoria y a
lo mucho nos contentaremos todos con decir al unísono que estamos en la
Masonería porque nos gusta, que es más general y menos comprometedora, pero en
gustos se rompen géneros y lamentablemente seguimos con la duda que nos agolpa
las sienes y nos quita el sueño. Podemos lanzarla en medio de la Tenida y
esperar a que uno a uno los Hermanos nos cuenten un anecdotario que va desde el
consabido y esperado “Porque soy liberal” y punto, hasta que nos salgan con la
melodramática historia que en un principio la logia lo rechazó hasta que de
tanto insistir pudo entrar y ya tiene más de diez, veinte o treinta años en la
Logia, orgullosamente, que también de orgullo se alimenta el ego de los
masones.
Hemos
de reconocer que ambas preguntas tienen sentido: porqué entramos no es lo mismo
que preguntar porqué permanecemos. Es el equivalente a salir a dar un paseo
para bajar la comida del mediodía y encantarnos tanto con el paisaje y la
caminata en sí que a los veinte minutos se nos olvide por qué salimos a la
calle. Es un ejemplo burdo y pueril, pero válido, porque todos los que estamos
en la Logia, cualquier logia del universo mismo (que es decir, de la Tierra
porque hasta la fecha no hay noticias de logias masónicas en las Pléyades o en
Orión) entramos por un motivo determinado y con el caminar en la Masonería, el
mismo ha variado una o más veces y al final nos quedamos porque no hemos podido
satisfacer la necesidad que imperiosamente tuvimos en un inicio o que obtuvimos
al andar por este Camino y esperamos en un momento determinado poder decir con
orgullo, “he concluido mi Camino, hasta aquí llegué”, pero no faltan los
Hermanos que nos salen con la cacareada frase de “Siempre seremos aprendices”,
o su forma negativa “Nunca dejamos de ser aprendices” y una vez que pensamos ya
poder respirar tranquilos y haber alcanzado el pináculo de nuestra Masonería
Personal en conocimiento, filantropía, sabiduría, amistades, política o sentido
social, que los motivos son variopintos y múltiples, nos salen con que somos
idóneos para entrar a los altos grados o que sigamos el ejemplo de Perenganito
que estuvo cincuenta años en la Logia, y en fin, que los Hermanos atinan en
apretar en nosotros el botón correcto, el del orgullo, y decidimos quedarnos
otra temporada, hasta que volvamos a lanzar la amenaza de ahora sí, dejar la
logia y recorrer otros caminos, o de plano morir en pleno uso de nuestras
facultades masónicas. Y no está de más que nos recuerden que estamos en una
institución cuya historia “se pierde en la noche de los tiempos”, frase absurda
e inútil, porque a decir de José Saramago: los tiempos dejaron de ser noche de
sí mismos cuando la gente comenzó a escribir y al comenzar a escribir, se
empezaron a registrar los hechos del mundo, se hizo la luz y se dejó la
oscuridad. Pero los masones nos brincamos entusiastamente ésta reflexión y
preferimos quedarnos con los dichos prefabricados.
Razones
para haber entrado a la Masonería las hay de sobra, quizás no nos aceptaron en
ninguna otra institución y ésta fue la única que satisfizo nuestro sentido
genéticamente gregario, o desde niños andábamos de rebeldes sin causa y
encontramos la causa al leer una enciclopedia o en algún cotilleo familiar se
lanzó al aire el argumento de que los masones somos los chicos desobedientes
por antonomasia en toda la historia, o en los últimos doscientos noventa y dos
años, que es lo mismo (y más realista) y ni tardos ni perezosos nos avocamos a
meter nuestra solicitud de iniciación. Pero las motivaciones varían y deben
estar reforzadas con, nos guste o no, pensamientos mágicos o ideas místicas en
el sentido de que vamos a dominar al mundo y, no lo neguemos, no falta quien
entra convencido de que le va a tocar un trozo del planeta, aunque sea en medio
del atolón de Muroroa. O bien, que en nuestras logias se encierran oscuros y
misteriosos misterios, con perdón del pleonasmo, que de develarse pondrían al
mundo de cabeza, haciendo cimbrar los hilos del poder y caerían instituciones
milenarias, como si pudiera ser verdad lo que andan diciendo Dan Brown, Tom
Egeland o Raymund Khoury, que de teorías conspiranoicas andamos ya más que
satisfechos, pletóricos de ellas; y cuando declaramos no saber dónde está la
Atlántida, o el Santo Grial ni quién asesinó a Kennedy, entonces llega la
lógica-ilógica tóxica y desviada de las mentes que afirman que los masones de
la calle no sabemos estas cosas y sólo los grandes jerarcas, que ni existen,
saben los más recónditos secretos y ninguno de ellos se conoce, que son doce y
que están en algún sitio perdido del planeta, llámese Shangri-Lah o Jardín
Masónico de las Delicias. O bien, que en las logias se obtienen poderes
maravillosos que solo los Verdaderos Iniciados han desarrollado, lo que no deja
de deprimir, pues entonces, por conclusión, ninguno de nosotros es un Verdadero
Iniciado y solo pasamos por la ceremonia de noche, o de plano somos indignos de
mirar al Espejo Mágico sin convertirnos en piedra. O bien, que somos herederos
de los Templarios y que nuestra misión es vengar a Jacques De Molay y acabar
con la Iglesia Católica, como si pudiese hacerse, que los mismos sacerdotes,
diáconos, cardenales, obispos, arzobispos y papas llevan dos mil años tratando
de destruirla, sin poder lograrlo; además de que existen otras dos mil
asociaciones antiguas y modernas que dicen ser herederas del Temple, de Hugues
de Payn, de Jacques De Molay, se ponen sus capas blancas con la cruz paté y
andan gritando “Hiersolyma est perdita”, mostrando documentos de dudosa
antigüedad que lo mismo pudieron hacerse en la Francia del siglo XI o en la
Plaza de Santo Domingo en Ciudad de México hace tres días, tratando con los
mismos de reivindicar los derechos que Clemente V les arrebató en 1314. O bien,
que sabemos que el mundo se va a acabar en diciembre del 2012 y que estamos
preparándonos para salir todos en una nave extraterrestre antes de que tomen
posesión Peña Nieto y Angélica Rivera de la anunciada Presidencia de México.
Todas
estas paparruchadas provienen de la mente inflamada de personas con un
pensamiento mágico, inevitable si se quiere, porque finalmente hemos de aceptar
que la fe en efecto puede mover montañas, ya sea que Mahoma vaya o no a la
misma o que creamos que aun existen milagros. Los seres humanos precisan de
este sentido de creencia, pues a veces es lo único que los mantiene vivos o en
un menor estado vegetativo, aunque los masones estamos creados con un molde
diferente, si bien no quiere decir que sea el correcto, aunque para nosotros
así sea. La Masonería no precisa de este pensamiento, ni de gente que sea
iniciada creyendo que se va a hacer con el Poder supremo y que va a conocer el
Nombre de Dios, el verdadero, el único, la Palabra que se perdió y que puede
destruir al universo entero: y es que un nombre no es nada y la prueba la
encontramos en que Alá que, a pesar de los 99 nombres que dice el Corán que
tiene, no ha conseguido ser mas que Dios. La Masonería requiere más bien,
Hermanos que puedan ser capaces de por lo menos, responder a la pregunta “¿Por
qué permaneces tú en la Masonería?”.
Publicado
por Héctor Ortega C
No hay comentarios:
Publicar un comentario