sábado, 2 de agosto de 2014

A CONSIDERAR HERMANOS MASONES SIN MANDIL



"Que la humanidad no tiene necesidad, en general, de conocer y comprender todo lo que los filósofos y los teólogos digan a favor o en contra de sus opiniones; que para el común de los hombres no es de ninguna utilidad el ser capaces de exponer todos los errores y todas las falacias de un hábil adversario; que basta con que haya siempre alguien capaz de responder, para que todo lo que pueda engañar a las personas sin instrucción no quede sin ser 
refutado; que las mentes sencillas enseñadas en la evidencia de los fundamentos de las verdades que profesan, pueden fiarse de la autoridad en Todo lo demás; y como carecen, bien lo saben, de la ciencia y el talento necesarios para resolver cualesquiera dificultades que se puedan presentar, la seguridad de que serán resueltas por quienes pueden y deben hacerlo bastará para su tranquilidad". 

Reconozco que yo desearía ver a los maestros de la humanidad buscando un medio de sustituirla, allí donde tal ventaja no existe ya. Querría verlos crear algún medio de hacer las dificultades tan presentes al espíritu de los hombres como lo haría un adversario deseoso de convertirles. Pero en lugar de buscar tales medios, para tal fin, han perdido los que antes tuvieron. Uno de estos medios fue la dialéctica de Sócrates, de la cual nos da Platón en sus diálogos tan magníficos ejemplos. 
Consistía esencialmente en una discusión negativa de las grandes cuestiones 
de la filosofía y de la vida, dirigida con un arte consumado, proponiéndose mostrar a los hombres que no habían hecho más que adoptar los lugares comunes de la opinión
tradicional, que ellos no comprendían el problema, y 
que no habían atribuido un sentido definido a las doctrinas que profesaban; con el fin de que, iluminada su ignorancia, pudieran contar con una creencia sólida, que se asentase en una concepción clara tanto del sentido como de la 
evidencia de las doctrinas. Las disputas de las escuelas de la Edad Media Tenían un objetivo muy semejante. Por medio de ellas se pretendía asegurar que el alumno comprendiera su propia opinión y (por una correlación necesaria) la opinión contraria, así como que podía apoyar los motivos de una y refutar los de la otra. Estas disputas de la Edad Media tenían en verdad el defecto irremediable de deducir sus premisas no de la razón, sino de la autoridad; y, como disciplina para el espíritu, eran inferiores, en todos los 
aspectos, a las poderosas dialécticas que formaron la inteligencia de los "Socratici viri"; pero la mente moderna debe mucho más a cualquiera de las dos de lo que generalmente reconoce, y los diversos modos de educación 

actual no contienen nada en absoluto que pueda reemplazarlas.

LA INDIVIDUALIDAD COMO UNO DE LOS 

ELEMENTOS DEL BIENESTAR 

Siendo tantas las razones que hacen imperativo que los seres humanos sean libres para formar opiniones y para expresarlas sin reserva, siendo tantas las funestas consecuencias que la naturaleza intelectual y por ende la naturaleza mental del hombre sufre cuando tal libertad no es concedida, o afirmada a despecho de toda prohibición, permítasenos que examinemos ahora si estas mismas razones exigen que los hombres sean libres de conducirse en la vida según sus opiniones, sin que los demás se lo impidan física o moralmente, y siempre que sea a costa de su exclusivo riesgo y peligro. Esta última condición, es, naturalmente, indispensable. Nadie pretende que las acciones deban ser tan libres como las opiniones.
Al contrario, las mismas opiniones pierden su inmunidad cuando se las expresa en circunstancias tales que, de 
su expresión, resulta una positiva instigación a cualquier acto inconveniente. La opinión que afirma que los
comerciantes de trigo hacen morir de hambre a los pobres o que la propiedad privada es un robo, no debe inquietar a nadie cuando solamente circula en la prensa; pero puede incurrir en justo castigo si se la expresa oralmente, en una reunión de personas furiosas, agrupadas a la puerta de uno de estos comerciantes, o si se la difunde por medio de 
pasquines.De este modo la libertad del individuo queda así bastante limitada por la condición siguiente: no perjudicar a un semejante. Pero si se abstiene de molestar a los demás en sus asuntos y el individuo se contenta con obrar siguiendo su propia inclinación y juicio, en aquellas cosas que sólo a él 
conciernen, las mismas razones que establecen que la opinión debe ser libre, prueban también que es
completamente permisible que ponga en práctica sus 
opiniones, sin ser molestado, a su cuenta y riesgo. Que la especie humana no es infalible; que sus verdades no son más que medias verdades, en la mayor parte de los casos; que la unidad de opinión no es deseable a menos que resulte de la más libre y más completa comparación 
de opiniones contrarias, y que la diversidad de opiniones no es un mal sino un bien, por lo menos mientras la humanidad no sea capaz de reconocer los diversos aspectos de la verdad, tales son los principios que se pueden aplicar 
a los modos de acción de los hombres, así como a sus opiniones. Puesto que es útil mientras dure la imperfección del género humano, que existan opiniones diferentes, del mismo modo será conveniente que haya diferentes 
maneras de vivir; que se abra campo al desarrollo de la diversidad de carácter, siempre que no suponga daño a los demás; y que cada uno pueda, cuando lo juzgue conveniente, hacer la prueba de los diferentes géneros de vida. La mayor dificultad para mantener este principio no está en la apreciación de los medios que conducen a un fin reconocido, sino en la indiferencia general de las personas en relación con el fin mismo. Si considerásemos que el libre desarrollo de la individualidad es uno de los principios esenciales del bienestar, si le tuviéramos, no como un elemento coordinado con todo lo que se designa con las palabras civilización, instrucción, educación, cultura, sino más bien como parte necesaria y condición de todas estas cosas, no existiría ningún peligro de que la libertad no sea apreciada en su justo valor y no habría que vencer grandes dificultades en trazar la línea de demarcación 
entre ella y el control social. Para esto, se precisan dos requisitos: "libertad y variedad de situaciones"; su 
unión produce, "el vigor individual y la diversidad múltiple" que se funden en la originalidad-

El hombre que permite al mundo, o al menos a su mundo, elegir por el su plan de vida, no tiene más necesidad que de la facultad de imitación de los simiosPero aquel que lo escoge por sí mismo pone en juego todas sus facultades. Debe emplear la observación
para ver, el raciocinio y el juicio para prever, la actividad para reunir los materiales de la decisión, el discernimiento para decidir, y, una vez que haya decidido, la firmeza y el 
dominio de sí mismo para mantenerse en su ya deliberada decisión. Y cuanto mayor sea la porción de su conducta que ha regularizado según sus sentimientos y su juicio propios, tanto más necesarias le serán estas diversas 
cualidades. Es posible que pueda caminar por el buen sendero y preservarse de toda influencia perjudicial sin hacer uso de esas cosas.Pero, ¿cuál será su 
valor comparativo como ser humano? Lo que
verdaderamente importa no es lo que hagan los hombres, sino también la clase de hombres que son los que 
lo hacen. De las obras humanas, en cuya perfección y embellecimiento emplea rectamente el hombre su vida, la más importante es, seguramente, el hombre mismo. Suponiendo que fuera posible que se construyan casas, que se libren batallas, que se coseche trigo, que se juzguen causas, e incluso, que se erijan iglesias y se digan plegarias por medio de maquinarias, por autómatas de forma humana, seria una sensible pérdida poner estos autómatas en el lugar de los hombres y mujeres que habitan las partes más 
civilizadas del globo, aunque estos últimos no sean, a buen seguro, más que tristes ejemplares de lo que la Naturaleza puede producir y producirá un día. La naturaleza humana no es una máquina que se pueda construir según un 
modelo para hacer de modo exacto una obra ya diseñada; es un árbol que quiere crecimiento y desarrollo en todos sus aspectos, siguiendo la tendencia de fuerzas interiores que hacen de él una cosa viva. 
Decir que los sentimientos y los deseos de una persona son más fuertes y más diversos que los de otra, no supone más que afirmar que aquélla posee mayor dosis de materia prima de naturaleza humana, y que, en consecuencia, será capaz quizá de mayor cantidad de mal y también de mayor cantidad de bien. Los impulsos fuertes no son otra cosa que energía humana con otro nombre, esto es todo. La energía naturalmente, puede ser empleada en el mal, pero una naturaleza enérgica será siempre más capaz para el bien que otra que sea indolente y apática. En las sociedades primitivas, esas fuerzas no guardan quizá proporción con 
el poder que posee la sociedad para disciplinarlas y controlarlas. Hubo un tiempo en que el elemento de espontaneidad y de individualidad dominaba de un modo excesivo, teniendo que librar rudos combates el principio social. La dificultad consistía, entonces, en hacer que hombres poderosos por su cuerpo o por su espíritu obedeciesen a las reglas que pretendían regular sus 
impulsos. Muchas personas creen sinceramente, sin duda, que los seres humanos, así torturados y reducidos a la talla de enanos, son tal como su Hacedor se propuso que fueran; del mismo modo que otros muchos han creído que los 
árboles son más bellos, podados en forma de bola o de animal, que en el estado que la Naturaleza les dio. Cada persona, cuanto más desarrolla su individualidad, más valiosa se hace a sus propios ojos y, en consecuencia, más valiosa se hará a los ojos de los demás. Alcanza una mayor plenitud de vida en su existencia, y, habiendo más vida en las unidades, más habrá en la masa, que, al fin, se compone de ella. No se puede prescindir de la compresión necesaria para impedir que los más enérgicos modelos de la naturaleza humana lleguen a invadir el terreno de los derechos de otros; pero, para esto, existe una gran compensación, aun desde el punto de vista del desenvolvimiento humano. El honor y la gloria del 
hombre corriente consisten en poder seguir esta iniciativa, en tener el sentido de lo que es prudente y noble, y en dirigirse a ello con los ojos abiertos. Yo no recomiendo aquí esa clase de "culto del héroe", que aplaude a un hombre de genio poderoso porque tomó a la fuerza el gobierno del mundo, sometiéndole, aun a pesar suyo, a sus mandatos. A lo más que debiera aspirar un hombre así es a la libertad de mostrar el camino. El poder de forzar a los demás a seguirle, no sólo es incompatible con la libertad y el 
desenvolvimiento de todo lo demás, sino que corrompe al mismo hombre fuerte. Parece, sin embargo, que cuando las opiniones de masas compuestas únicamente de hombres de tipo medio llegan a ser dominantes, el contrapeso 
y el correctivo de sus tendencias habrá de ser la
individualidad más y más acentuada de los pensadores más eminentes. El valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que le componen; y un Estado que pospone los intereses de la expansión y elevación intelectual 
de sus miembros en favor de un ligero aumento de la habilidad administrativa, en detalles insignificantes; un Estado que empequeñece a los hombres, a fin de que sean, en sus manos, dóciles instrumentos (incluso para asuntos de carácter benéfico), llegará a darse cuenta de que, con hombres pequeños, ninguna cosa grande podrá ser realizada; y que la perfección del mecanismo al que ha sacrificado todo acabará por no servir de nada, por 
carecer del poder vital que, con el fin de que el mecanismo pudiese funcionar más fácilmente, ha preferido proscribir. 




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