Definición:
Las cosmovisiones son el
conjunto de saber evaluar y reconocer que conforman la imagen o figura general
del mundo que tiene una persona, época o cultura, a partir del cual interpreta
su propia naturaleza y la de todo lo existente en el mundo. Una cosmovisión
define nociones comunes que se aplican a todos los campos de la vida, desde la
política, la economía o la ciencia hasta la religión, la moral o la filosofía.
Wikipedia.
Cosmovision
La analogía y los niveles
fundamentales de la experiencia.
Uno de los instrumentos más
importantes del conocimiento humano es la analogía. Amplía enormemente nuestras
capacidades y da una increible plasticidad a nuestra inteligencia. Se utiliza
espontáneamente en todos los ámbitos del conocimiento. Tendemos a trasladar
nuestra experiencia de un campo a otros, y así podemos afrontar situaciones y
problemas nuevos, aplicando analógicamente lo que sabemos. La aplicación de
analogías es un formidable instrumento intelectual, aunque también es el origen
de algunos espejismos.
Todos los hombres tendemos a
hacernos una idea global del mundo, partiendo de nuestra experiencia
particular. Es una aspiración natural. Y en los espíritus más poderosos y
atrevidos, es casi una necesidad la que conduce a formular las grandes
cosmovisiones teóricas. Simplificando un poco, se puede afirmar que cada
cosmovisión está construida desde una perspectiva, desde una experiencia
básica. Desde ella, se intenta contemplar y explicar toda la realidad. Se le
puede llamar, en términos clásicos, el analogatum princeps; es decir, el
analogado principal, el punto de partida o referencia de la analogía.
A continuación, vamos a
intentar mostrar que las principales cosmovisiones que están actualmente
vigentes proceden de ampliar analógicamente a toda la realidad la experiencia
de cuatro niveles fundamentales.
a) - la materia
b) - la vida (el psiquismo
inferior)
c) - la conciencia
espiritual
d) - la revelación de lo
personal
Cada una de estas
experiencias básicas da lugar a una cosmovisión. En el pasado, han existido
otras, porque, por ejemplo, se tenía una idea mitologizada de la naturaleza; o
porque se pensaba que existían muchos dioses (politeísmo). También caben
mezclas y derivados, que den lugar a cosmovisiones híbridas. Pero en nuestro
siglo, destacan estas cuatro formas fundamentales, especialmente, cuando ha
desaparecido el marxismo que ha ejercido una inmensa distorsión del panorama
intelectual y político mundial.
Veremos que todas las
cosmovisiones tienen razón en lo que afirman: porque se puede contemplar la
realidad desde su nivel. Pero también veremos que se equivocan cuando niegan
que exista algo superior a su nivel, y deciden encerrarse en el propio campo de
experiencia al que están acostumbrados. A este fenómeno, muy común, se le llama
reduccionismo, porque reduce la riqueza de la realidad al desconocer los
niveles superiores e intentar explicarlos con las categorías que son válidas
para los inferiores.
El materialismo
constructivista
Se puede considerar que esta
cosmovisión está muy extendida entre las personas que tienen una formación
científica. Consiste en ver toda la realidad desde la experiencia de la
bioquímica y la física atómicas.
Casi todas las personas que
tienen una formación científica contemplan el mundo como si fuera una inmensa
construcción: un conglomerado material íntimamente ordenado. Existía -y todavía
existe- un juego muy popular que se llama "Mecano". Es un juego de
construcción con piezas metálicas, que permite hacer grúas, coches, puentes,
etc. Muchas personas con mentalidad científica tienden a contemplar el mundo
como si fuera un enorme "Mecano": un artefacto muy complicado
construido con piezas muy sencillas. Todo lo que se construye con él depende
absolutamente de las piezas con que se construye. No hay más.
Desde hace dos siglos, las
ciencias modernas han descubierto, en sucesivos pasos, la composición del mundo
material: tanto de la materia inerte como de la materia viva. Y han llegado a
la conclusión de que todo está compuesto de lo mismo. Esta idea ha sido
reforzada por la teoría del Big Bang, que habla de un origen común del
universo, y de un despliegue de toda la realidad visible a partir de una enorme
concentración de energía primitiva (S. Weinberg, Los tres primeros minutos del
universo).
Gracias a un formidable
empeño científico, sabemos cómo está compuesto casi todo el cosmos visible. Y
es muy fácil caer en la tentación de decir que el universo es sólo una inmensa
construcción hecha con las piezas elementales que conocemos. Y que todo se
puede explicar por las propiedades de esas "piezas" elementales.
Exáctamente lo mismo que diríamos sobre un coche construido con el juego del
"Mecano". Podríamos asegurar que sólo es un conjunto de piezas, y que
las propiedades del coche se explican por las propiedades de las piezas que lo
componen. Pero conviene advertir ya, de pasada, que esto supone una reducción
sutil, porque un coche no está hecho sólo con las "piezas" del Mecano,
sino también con una "idea" de lo que es un coche. Un coche no es
sólo un conjunto de piezas, por la misma razón que el Quijote no es sólo un
conjunto ordenado de letras. Pero vayamos por partes.
En esta cosmovisión
materialista, el analogatum princeps desde el que se contempla toda la
realidad, es decir el punto de partida, son las partículas subatómicas que
componen los átomos y las moléculas, tal como nos las describe la física. Se
quiere ver toda la realidad desde la física y se da por supuesto que todo se puede
explicar acudiendo a las propiedades elementales con las que trabajamos en la
física. Una roca, una planta, un perro o un hombre son sólo, en definitiva, un
enorme compuesto físico-químico. Y las propiedades del conjunto deben depender
de las propiedades elementales.
Esta es la tesis de algunos
conocidos científicos que han divulgado sus ideas, como los premios nobel Erwin
Schrödinger (Qué es la vida) y Jacques Monod (Azar y necesidad), y los
astrofísicos Stephen Hawking (Historia del tiempo) y Carl Sagan (Cosmos).
Aplican a todo el universo su conocimiento de la composición de la materia, y
lo reducen a lo que les resulta más familiar. Todo lo ven desde algunas
propiedades de la materia.
Ciertamente, aportan algo
cuando afirman que todo lo visible está compuesto de lo mismo. Es una verdad
llena de interés. En cambio, son reductivistas cuando dicen que toda la
realidad es "sólo" una composición material compleja.
Primero, olvidan la
complejidad de la realidad y, en particular, las ideas que dan la posibilidad y
forma de las cosas: "ideas" como la del "coche", sin la
cual no se puede explicar la posibilidad de la construcción. Se conforman con
una explicación "material", pero también la forma de las cosas
necesita una explicación. Es evidente que falta algo cuando decimos que el
Quijote es sólo un conjunto de letras. También falta algo cuando decimos que un
animal es un compuesto físico-químico. Hoy tenemos, además, otro acercamiento
al problema, a medida que conocemos mejor la composición de los códigos genéticos.
Es evidente que hay en ellos algún tipo de leyes de reordenación; si no la
evolución no hubiera podido progresar de manera creciente. Con un Mecano se
puede hacer un coche, pero no un caballo, por más piezas que se reúnan. Las
piezas del Mecano no tienen las propiedades necesarias para hacer un caballo.
El coche está ya en unas piezas que han sido preparadas pensando en el coche,
pero el caballo no.
En segundo lugar, al negar
que pueda haber algo no material en el universo, reducen todas las dimensiones
de la persona humana a fenómenos físicos, aunque todavía -dicen- no podamos
explicarlas. Una versión particular de esta tendencia es el intenso debate
sobre la inteligencia artificial. Algunos científicos piensan que la
inteligencia humana es como la de un procesador complejo (Marvin Mynsky), y que
muy pronto todas sus funciones podrán ser imitadas, aunque hoy aparezcan
dificultades notables. Esto les lleva a ver al hombre como un mecanismo
complejo y a desconocer, de hecho, las complejas funciones intelectuales que se
manifiestan en la conciencia. Dan por supuesto que dependen, en definitiva, de
la composición, aunque no puedan demostrarlo.
Hay que decir que los
ideales materialistas y mecanicistas se han difuminado un poco en los últimos
veinte años por las consecuencias epistemológicas del principio de
indeterminación de Heisemberg; por el problema de las condiciones de partida
(Arecchi); y por la aparición de la problemática del caos (Ilya Prygoguine),
que afecta a muchas disciplinas científicas. Somos más conscientes que nunca de
los límites de nuestro conocimiento científico. Y ha desaparecido la utopía
mecanicista que pensaba que un día podríamos conocer y controlar todo el
universo como si fuera un inmenso mecanismo. Basta pensar en las dificultades
habituales de los partes metereológicos...
El naturalismo vitalista
Esta segunda cosmovisión es
muy antigua, y siempre ha estado presente en la historia humana. Su punto de
referencia (su analogatum princeps) es el fenómeno de la vida, especialmente,
los impulsos vitales. Percibe el mundo como algo vivo y en movimiento. El
animismo antiguo, que todavía pervive en muchas culturas primitivas, ve vida y
almas en todo lo que se mueve: los ríos, los mares, los volcanes, la tierra,
las nubes, los astros... Toda la naturaleza en su conjunto y la tierra se nos
presenta en movimiento, y, por tanto, viva. Todo tiene alma. También, las
religiones telúricas, que divinizan la naturaleza, la contemplan como un
inmenso ser vivo: la diosa madre tierra es un ser que todo lo abarca.
A finales del siglo XVIII y
principios del XIX surgieron algunas formas románticas de carácter vitalista;
con exaltación de la naturaleza y cierto culto a los impulsos vitales o también
a los "sentimientos" nacionales, a veces, con recuperación de formas
paganas. Era una reacción contra el racionalismo agobiante de la ilustración,
defendiendo los derechos de los sentimientos e impulsos vitales (Sturm und
Drang). Además de muchas expresiones literarias románticas, esta corriente
irracionalista llega a Nietzsche, que defendió los derechos de Dionisos frente
a Apolo. Pero hoy, con la excepción de Nietzsche, son formas abandonadas por
ser consideradas ingenuas y socialmente improductivas.
Al aparecer la teoría de la
evolución, a mediados del siglo pasado, aparece una nueva expresión del
naturalismo vitalista, con un tono mucho más sobrio y científico. La imagen de
un movimiento de crecimiento ascendente desde la materia hasta el hombre ha
cambiado la mentalidad de nuestra época. Para muchas personas, ese movimiento
ascendente expresa la entera historia del cosmos. Piensan que hay un impulso
interior en el conjunto de la naturaleza que la empuja constantemente hacia
arriba y que es la explicación de todo lo que significa vida.
Esta idea encontró
expresiones filosóficas importantes en la primera mitad de este siglo, como las
de Bergson o, incluso, la del último Max Scheler; también la de Ortega y
Gasset, al que se le suele titular "vitalista", aunque el término
resulta bastante vago. También tuvo expresiones de tipo histórico o
sociológico, como el famoso libro de Oswald Spengler, La decadencia de
occidente, que era una aplicación de la idea de la evolución a la historia de
las civilizaciones. Este último tipo de aplicaciones político-culturales
cayeron, inevitablemente, en expresiones nacionalistas y racistas; porque si la
evolución es la ley fundamental presente en todo, cabe pensar que algunas razas
son superiores a otras. Quienes defendían estas ideas (por ejemplo, los nazis,
pero no sólo ellos) se enfrentaron a la tradición ilustrada liberal y a la
cristiana; y quedaron totalmente desacreditados después de la Segunda Guerra
Mundial. En cierto modo, se puede decir que perdieron la guerra y
desaparecieron con ella del espacio cultural, aunque no de todo el espacio
científico.
En el espacio cultural han
surgido otras formas del vitalismo más vagas. Existe un cierto vitalismo
ecologista que, legítimamente, quiere proteger la naturaleza y, a veces, la
trata como si fuera una totalidad viva, en términos que recuerdan las antiguas
religiones telúricas. También existe la expresión algo excéntrica, pero con
algún fundamento, de James Lovelock, que piensa que el planeta tierra se
comporta, de hecho, como un ser vivo, con movimientos homeostáticos, y lo llama
Gaia (Gaia's defense).
Y, en el ámbito científico,
ha aparecido la sociobiología, mucho más modesta en sus planteamientos que las
anteriores, pero con gran fuerza seductora en medios científicos. Algunos
conspícuos representantes han obtenido un gran éxito editorial difundiendo
estas ideas, empezando por su fundador, Edmund Wilson (La sociobiologìa, nueva
síntesis), y también otros, como Richard Dawkins (El relojero ciego ; El gen
egoísta), y R. Foley (Humanos antes de la humanidad). Estos autores creen que
el impulso fundamental que gobierna la vida es el principio de conservación del
patrimonio genético. Este principio explicaría todo el comportamiento animal y
la aparición de todas las formas de la vida, incluyendo la inteligencia y todas
las expresiones culturales. Y se esfuerzan en elaborar relatos donde lo
explican todo, desde la aparición del bipedismo hasta la convivencia familiar y
social, de una manera, hay que decirlo, algo ingenua pero, por eso mismo,
simple y exitosa.
Se puede considerar
"vitalistas" a estos autores sólo en el sentido de que hablan de un
"impulso" biológico que no pertenece a las categorías de la física o
de la química. En todo lo demás tienden al materialismo constructivista, y
están muy próximos a otros científicos divulgadores como Hawking o Sagan.
Puede ser que muchos
-incluso ellos mismos- no perciban la importancia de esta distinción. Pero, al
reconocer la existencia de un "impulso" que no se puede expresar en
términos bioquímicos, están defendiendo la existencia de un plano de la
realidad que es superior al de la física y la química. Están hablando de una
"propiedad" que no está en la física, sino que se manifiesta sólo en
los procesos de la vida. Si es así, no hay razones para negar que pueda haber
en el universo otros planos superiores con otras propiedades irreductibles.
Este es el problema de las llamadas "propiedades emergentes" que
estudia la filosofía de la ciencia.
Indudablemente, los
distintos vitalismos expresan una gran verdad o, mejor dicho, muchas verdades:
expresan la unidad de la naturaleza, expresan el vigor de las fuerzas naturales
y la importancia del misterio de la evolución. En cambio, son reduccionistas
cuando consideran que en el universo sólo hay fuerzas vitales ciegas y, en ese
mismo sentido, inhumanas.
El todo como espíritu
Frente a estas cosmovisiones
tristes, en la medida en que son inhumanas, existe otra forma muy antigua de
concebir el universo que proviene de las religiones orientales. Está presente
en el hinduismo y, de una manera casi filosófica, caracteriza el budismo y el
taoísmo. La experiencia básica de esta cosmovisión es la meditación
trascendental. Es decir, la penetración en las profundidades de la conciencia.
Cuando se vive esta
experiencia, se perciben, de alguna manera, las dimensiones inmensas del
universo espiritual, especialmente en la esfera cognoscitiva. Y se cree entrar
en contacto con el sustrato más profundo de la realidad. Se percibe un fondo
espiritual, que parece común a todas las conciencias y a toda la realidad. Se
tiende a afirmar que ese todo (Atmen) es la conciencia universal, presente en
todas las conciencias; y la vida presente en todas las formas de vida. Toda la
realidad es presencia, emanación, degradación o división del todo espiritual. Y
anhela integrarse, de nuevo, en él. Todo es, en el fondo lo mismo: procede de
lo mismo y vuelve a lo mismo. Pero aquí se trata de un todo espiritual. Es un
panteísmo espiritualista.
Esta intuición llega hasta
la filosofía griega a través del orfismo e influye en la filosofía de Platón.
Y, posteriormente, en toda la tradición platónica, donde toma muchas formas,
especialmente en la medida en que entra en contacto con la revelación bíblica
(Filón de Alejandría).
Presenta algunas semejanzas
con las religiones telúricas ya mencionadas, que piensan la tierra como la
diosa madre. En ambas cosmovisiones podría hablarse de un "alma" del
mundo. Pero la diferencia es notable. En las religiones telúricas, la experiencia
básica es la de las fuerzas de la vida (el psiquismo inferior), mientras que,
en el panteísmo espiritualista, la experiencia básica es la de la
autoconciencia (psiquismo superior). En las religiones telúricas el alma es
sólo vida, impulso y animación ciega, mientras que en el panteísmo
espiritualista, es, sobre todo, conciencia.
Esta cosmovisión recuerda
también la filosofía hegeliana, cuando habla del espíritu absoluto. Pero la
filosofía hegeliana no parte propiamente de una experiencia de la meditación
trascendental. Es un espiritualismo totalmente teórico. Su experiencia básica
es el dinamismo de la cultura como saber objetivado; interpretado con las
formas de una teología cristiana secularizada. En Hegel no hay meditación
trascendental, sino sólo especulación. Su espíritu es el espíritu objetivo de
la cultura no el de la conciencia.
Hoy la cosmovisión
espiritualista se sigue expresando principalmente en las religiones orientales
y en sus derivados. Y están más presentes que nunca en Occidente. Desde hace un
siglo, pero con más intensidad en las últimas décadas, el budismo llega con
nueva vitalidad y se presenta como alternativa real para satisfacer las
necesidades y anhelos espirituales. Aunque se trata de un budismo, o de un
hinduismo, fuertemente depurado por su contacto con la tradición cristiana,
como sucede, por ejemplo, en la religiosidad hindú de Gandhi, Tagore y también
Krishnamurti.
Al acercarse a Occidente,
estas religiones pierden en mucha parte la carga supersticiosa y mitológica con
que han sido revestidas por la historia. Y tienden a convertirse en técnicas de
autoayuda y concentración, con una especie de metafísica panteísta, pero sin
una divinidad personal. Hay una conciencia, pero no una persona; es un todo
pero no un alguien; en el fondo, son panteísmos sin Dios. No puede haber un
interlocutor personal y un diálogo, cuando todo es lo mismo y está llamado a
confundirse.
Estas religiones impregnan
la mentalidad de muchos nuevos movimientos religiosos, que acogen la
inspiración oriental. De manera destacada, el movimiento New Age, que desea
hacer una síntesis superadora y ecuménica de todas las religiones, y pierde,
por eso, la referencia a un Dios personal. También está presente, de algún
modo, en algunas expresiones de la religión islámica que se reciben en
occidente, como la espiritualidad sufí. Y, en general, impregna las diversas
formas del misticismo natural, que no perciben la alteridad de lo divino, es
decir la distinción entre Dios y el mundo.
La cosmovisión
espiritualista -el panteísmo espiritual- expresa una verdad, que es la profunda
impregnación de inteligencia que tiene el cosmos. Reconoce la misteriosa
comunión de todo lo que existe. Y sabe descubrir la hondura de la conciencia
humana. Pero, al diluirla en el todo común, destruye el universo personal. Cada
hombre es sólo una partícula provisional llamada a disolverse en el todo. Por
eso, la historia carece de sentido y de relieve. No tienen interés las personas
ni las relaciones entre ellas. No permanecen las distancias ni las diferencias,
no destacan las personalidades. Todo está llamado a juntarse. La aspiración
final es la confusión: que todo sea lo mismo.
Un universo personal: Dios y
los hombres
Mientras que las dos
primeras cosmovisiones reducen el ser del hombre a sustratos inferiores de la
naturaleza, la cosmovisión espiritualista lo difumina en la totalidad
espiritual. Para entender la idea de hombre que transmite la cultura occidental
es necesario recurrir a otra cosmovisión que la ha inspirado y que todavía está
presente como una alternativa real: la cosmovisión cristiana, que es una
cosmovisión profundamente personalista.
La cosmovisión cristiana no
se basa directamente en una experiencia, sino, según se presenta, en una
revelación divina. Se acepte o no la existencia de esa revelación, hay que
reconocer que ha permitido mirar las realidades del universo con ojos nuevos. Y
que nuestra idea del universo personal, de lo que es el hombre y su dignidad, y
de lo que son las relaciones humanas se basa en ella. Es la única cosmovisión
-entre las que hemos visto- que permite fundamentar la personalidad humana y el
universo de las realidades personales. No hay que olvidar que la palabra
"persona" procede de la teología cristiana.
La cosmovisión cristiana se
basa en tres puntos fundamentales:
a) que Dios es creador, y
que ha hecho el mundo cuando ha querido
b) que Dios es Trino, es
decir una comunión vital de tres personas
c) que el hombre ha sido
hecho a imagen de Dios.
a) Que Dios es creador
significa que Dios es un ser personal, alguien y no algo que ha creado el mundo
libremente, y que no se confunde con el mundo sino que lo trasciende. Por eso
puede actuar en el mundo y en la historia, cuando quiere y como quiere. Dios es
el fundamento de todo, pero no se confunde con el todo. Está en el fondo de
todo lo que existe, pero no es el fondo de todo lo que existe. Las cosas no son
parte de Dios y Dios no es una parte de las cosas. Entre Dios y las cosas
creadas hay una distancia, porque las ha creado con su voluntad, no proceden de
Él como si fueran los efluvios de un gas caliente.
b) Que Dios es Trino es la
gran revelación que nos ha transmitido Jesucristo, al presentarse como Hijo de
Dios, lleno de su Espíritu Santo. Por Jesucristo sabemos que en el misterio de
Dios hay una comunión de tres Personas. Esta verdad ilumina toda nuestra idea
del cosmos y especialmente nuestra idea del hombre, de su capacidad de relación
y de la vida social. En la entraña de la realidad, el ser más importante de
todos los seres, Dios, resulta que contiene, que es, una comunión de tres
personas. Dios no es un ser inerte, ni un espíritu gaseoso con una inteligencia
inmutable y perpleja. En el núcleo del misterio de Dios -lo sabemos por
Jesucristo- hay una comunión de tres personas.
c) La tercera gran
afirmación es que el hombre es imagen de Dios. Hecho a semejanza de Dios y con
una huella y parecido de Dios. Esto significa, entre otras cosas, que podemos
buscar en el hombre el reflejo de las dos afirmaciones anteriores: que Dios es
Creador y que es Trino. Si es verdad que el hombre es imagen de Dios, es la imagen
de un Dios creador y de un Dios Trino. Esto tiene consecuencias antropológicas
importantísimas, que vamos a intentar mostrar.
- Que el hombre es imagen de
un Dios creador y trascendente significa que, a semejanza de Dios, es un sujeto
creador. Por un lado, un sujeto, es decir un actor. Por otro, creador, con
capacidad de hacer algo nuevo, con capacidades creativas, en definitiva con
libertad para poner en la realidad los frutos de su inteligencia. Y
precisamente porque hay algo de Dios en cada hombre, los hombres, aunque están
dentro del mundo, no se reducen al mundo, lo trascienden. Hay en ellos algo que
no viene del mundo, que no es parte del mundo, que no se reduce al mundo. Este
es el fundamento de la peculiar dignidad del hombre, de todo hombre, de todo lo
que sea hombre.
- La comunión de personas de
la Trinidad tiene también una imagen. Se refleja, de algún modo en las
comunidades humanas. Es el modelo de las comunidades humanas. Y el hecho de que
cada persona divina -el Padre, el Hijo, el Espíritu- exista en relación a las
otras, nos da una idea de lo que significa ser persona en Dios. Cada persona de
la Trinidad, en cuanto relación subsistente, expresa la máxima realización
personal. Y es el modelo de realización de las personas creadas. Por eso, la
realización humana consiste "en la entrega sincera de sí mismo a los
demás", como ha querido recordar la constitución Gaudium et Spes. La
entrega mutua de las personas divinas es el modelo de comportamiento de la
persona humana.
Cada hombre ha sido creado
por Dios y para Dios. Por eso, tiene, con respecto al creador, una relación
original que lo funda como persona, como ser abierto al diálogo. Y en esa
apertura funda su capacidad de relación, de comunicación y amor con otras
personas, con otros hombres. A imitación de la Trinidad, los hombres, son
naturalmente sociables, y están llamados a comprenderse y amarse.
De Dios se dice que "es
amor" (1 Jn 4,8). Por eso, la palabra "amor" es la más
importante del universo personal: expresa lo que tiene que ser la comunión
entre personas. Las comunidades humanas están llamadas a reflejar la comunión
divina. Y, para eso, necesitan participar de algún modo en el Misterio de la
Trinidad. La idea cristiana del amor no parte de la experiencia de la amistad o
del amor conyugal, sino de la revelación del amor divino.
De esta manera la revelación
cristiana permite fundamentar el universo personal: sustentar auténticamente la
personalidad de cada hombre, con su propia intimidad y creatividad, y expresar
en qué consiste la plenitud de sus relaciones. Esta cosmovisión aporta un ideal
de realización y responde a los anhelos de trascendencia y plenitud (plenitud
de realización y de amor), del ser humano. La connaturalidad de esos ideales
con los anhelos humanos es un indicio de su verdad, pero no es suficiente para
demostrarla. La cosmovisión cristiana parte de la fe y sólo se entra en ella
cuando se acepta a Jesucristo como Hijo y revelador de Dios Padre, y redentor
del hombre, porque nos ha dado su Espíritu.
Fuente: http://www.unav.es/cryf/cuatrocosmovisiones.html
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