lunes, 28 de julio de 2014

CUENTOS SUFIS

Una vez Nasrudin le dijo a su hijo:

- Pídeme lo que quieras y te lo daré.

El niño muy emocionado, pues conocía la pobreza de su padre, le contestó:

- Te lo agradezco de todo corazón. ¿Puedes darme tiempo hasta mañana?. 

Tengo que pensar.

- Muy bien - dijo Nasrudín - Hasta mañana.

Al día siguiente, el hijo fue a ver a su padre y le pidió un burrito.

- Ah no - le contestó Nasrudín - no tendrás el burrito.

- ¡Pero me habías prometido darme lo que quisiese!


- ¿Y no he mantenido mi palabra? ¡ Me pediste tiempo y te lo he dado !


Un hombre mundano le pregunto a un buscador sincero:

 - ¿ y vosotros en realidad qué hacéis?

 El buscador le respondió:

"Nos caemos y nos levantamos, nos volvemos a caer y nos volvemos a

levantar"



Un padre deseaba para sus dos hijos la mejor formación mística posible. Por ese 

motivo, los envió a adiestrarse espiritualmente con un reputado maestro de la filosofía

vedanta. Después de un año, los hijos regresaron al hogar paterno.

El padre preguntó a uno de ellos sobre el Brahmán, y el hijo se extendió sobre la

 Deidad haciendo todo tipo de ilustradas referencias a las escrituras, textos filosóficos

 y enseñanzas metafísicas. Después, el padre pregunto sobre el Brahmán al otro hijo,

 y éste se limitó a guardar silencio. Entonces el padre, dirigiéndose a éste ultimo,

 declaró:

- Hijo, tú sí que sabes realmente lo que es el Brahmán



Un vecino de Nasrudín fue a visitarlo.

- Mulá, necesito que me preste su burro.

- Lo lamento - dijo el Mulá - pero ya lo he prestado.

No bien terminó de hablar, el burro rebuznó. El sonido provenía del

establo de Nasrudín.

- Pero, Mulá, puedo oír al burro que rebuzna ahí dentro - dijo

Mientras le cerraba la puerta en la cara, Nasrudín replicó con dignidad:

- Un hombre que cree en la palabra de un burro más que en la mía no merece

que le preste nada.


Saádi de Shiraz relata esta historia acerca de sí mismo:

-Cuando yo era niño, era un muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las 

devociones. Una noche estaba velando con mi padre, mientras sostenía el Corán en

mis rodillas. Todos los que se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no 

tardaron en quedarse profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre:

- Ni uno sólo de esos dormilones es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para

decir sus oraciones. Diría uno que están todos muertos.

Y mi padre me replicó:

- Mi querido hijo, preferiría que también tú estuvieras dormido como

ellos, en lugar de murmurar.



¿Buena suerte o mala suerte?

Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra. El vecino que se percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre diciéndole:
-Tu caballo se escapó, ¿que harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.
Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes con los que se había unido. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:
-No solo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás vender y criar. ¡Qué buena suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.
Más adelante el hijo de nuestro hombre montaba uno de los caballos salvajes para domarlo y calló al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a decirle:
-¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte, tu eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.
El hombre, otra vez lo miró y dijo:
-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.
Pasó el tiempo y en ese país estalló la guerra con el país vecino de manera que el ejército iba por los campos reclutando a los jóvenes para llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano y al de nuestro hombre se le declaró no apto por estar imposibilitado. Nuevamente el vecino corrió diciendo:
-Se llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!
Otra vez el hombre lo miró diciendo:
-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.


El Zorro inválido

Una vez un hombre vio a un zorro inválido y se preguntó cómo haría para estar tan bien alimentado. Decidió pues, seguirlo y descubrió que se había instalado en un lugar donde solía ir un gran león a devorar a sus presas. Cuando el león terminaba de comer, se alejaba y entonces el zorro iba y se alimentaba a placer.
El hombre se dijo:
-Yo también quiero que el destino me ofrezca de igual manera.
Y se marchó a un pueblo y se sentó en una calle cualquiera a esperar. Pasó el tiempo y no sucedió nada, excepto que cada vez estaba más hambriento y débil. Entonces, en su debido momento, escuchó una voz interior que le dijo:
-¿Porqué quieres ser como un zorro que busca la manera de beneficiarse de otros?, ¿por qué no ser como un león para que otros se beneficien de ti?



El Amor y la Pasión

Había una princesa que estaba locamente enamorada de un capitán de su guardia y, aunque sólo tenía 17 años, no tenía ningún otro deseo que casarse con él, aún a costa de lo que pudiera perder. Su padre que tenía fama de sabio no cesaba de decirle:
-No estás preparada para recorrer el camino del amor. El amor es renuncia y así como regala, crucifica. Todavía eres muy joven y a veces caprichosa, si buscas en el amor sólo la paz y el placer, no es este el momento de casarte.
-Pero, padre, ¡sería tan feliz junto a él!, que no me separaría ni un solo instante de su lado. Compartiríamos hasta el más profundo de nuestros sueños.
Entonces el rey reflexionó y se dijo:
-Las prohibiciones hacen crecer el deseo y si le prohíbo que se encuentre con su amado, su deseo por él crecerá desesperado. Además los sabios dicen: “Cuando el amor os llegue, seguidlo, aunque sus senderos son arduos y penosos”.
De modo que al fin le dijo a su hija:
-Hija mía, voy a someter a prueba tu amor por ese joven. Vas a ser encerrada con él cuarenta días y cuarenta noches. Si al final siguen queriéndose casar es que estás preparada y entonces tendrás mi consentimiento.
La princesa, loca de alegría, aceptó la prueba y abrazó a su padre. Todo marchó perfectamente los primeros días, pero tras la excitación y la euforia no tardó en presentarse la rutina y el aburrimiento. Lo que al principio era música celestial para la princesa se fue tornando ruido y así comenzó a vivir un extraño vaivén entre el dolor y el placer, la alegría y la tristeza. Así, antes de que pasaran dos semanas ya estaba suspirando por otro tipo de compañía, llegando a repudiar todo lo dijera o hiciese su amante. A las tres semanas estaba tan harta de aquel hombre que chillaba y aporreaba la puerta de su recinto. Cuando al fin pudo salir de allí, se echó en brazos de su padre agradecida de haberle librado de aquel a quién había llegado a aborrecer.
Al tiempo, cuando la princesa recobró la serenidad perdida, le dijo a su padre:
-Padre, háblame del matrimonio.
Y su padre, el rey, le dijo:
-Escucha lo que dicen los poetas de nuestro reino:
“Dejad que en vuestra unión crezcan los espacios.
Amaos el uno al otro, más no hagáis del amor una prisión.
Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis de la misma.
Compartid vuestro pan, más no comáis del mismo trozo.
Y permaneced juntos, más no demasiados juntos,
pues ni el roble ni el ciprés, crecen uno a la sombra del otro”.




El asno y el camello

Un asno y un camello caminaban juntos. El camello se movía con pasos largos y pausados. El asno se movía impacientemente tropezándose de vez en cuando. Al fin el asno dijo a su compañero:
-¿Cómo es que me encuentro siempre con problemas, cayéndome y haciéndome rasguños en las patas, a pesar de que miro cuidadosamente al suelo mientras camino, mientras que tú que nunca pareces ser consciente de lo que te rodea, con tus ojos fijos en el horizonte, mantienes un paso tan rápido y fácil en apariencia?
Respondió el camello:
-Tu problema es que tus pasos son demasiados cortos y cuando has visto algo es demasiado tarde para corregir tus movimientos. Miras a tu alrededor y no evalúas lo que ves. Piensas que la prisa es velocidad, imaginas que mirando puedes ver, piensas que ver cerca es lo mismo que ver lejos. Supones que yo miro el horizonte, aunque en realidad sólo contemplo hacia el frente como modo de decidir qué hacer cuando lo lejano se convierta en cercano. También recuerdo lo que ha sucedido antes y así no necesito mirar hacia atrás y tropezar una vez más. De este modo lo que te parece confuso o difícil se vuelve claro y fácil.



El devoto y la prostituta

Había una vez un hombre devoto que dedicaba su tiempo a la oración y meditación, su objetivo eran las cosas del alma y la búsqueda de la verdad. Sucedió que se mudó a vivir justo frente de su casa una prostituta que todo el tiempo recibía todo tipo de hombres. El hombre devoto se sentía enojado e indignado y le decía a Allah como podía mandarle algo así, pues esto era motivo para perder su concentración y desviarse de sus plegarias; “una mujer así no merecía ningún tipo de favores”. Pasó el tiempo y el hombre devoto cada vez sentía más desagrado por aquella mujer. Por el contrario la prostituta se sentía muy honrada y afortunada de que frente a su casa viviera un hombre de condición espiritual, de modo que siempre le agradecía a Allah esa oportunidad de estar cerca de personas de dignidad. Ya que ella se veía obligada por las circunstancias a llevar ese tipo de vida.
Entonces ocurrió que los dos murieron a la vez, pues se produjo un enorme desastre natural y así los dos se vieron frente a la corte celestial. Allí se les dijo: “cada cual somos lo que cosechamos”. Así el hombre devoto fue condenado por no haber vivido su vida con satisfacción y agradecimiento y además haber tenido sentimientos negativos hacia otros y la prostituta fue salvada, pues ella había vivido su vida con gratitud, aceptación y pensamientos amables hacia los demás.




El pescador y la botella mágica

Un pescador encontró entre sus redes una botella de cobre con el tapón de plomo. Parecía muy antigua. Al abrirla salió de repente un genio maravilloso que una vez liberado le dijo al pescador:
-Te concedo tres deseos por haberme sacado de mi encierro. ¿Cuál es tu primer deseo?
-Me gustaría que me hicieras lo bastante inteligente y claro como para hacer una elección perfecta de los otros dos deseos -dijo el pescador.
-Hecho -dijo el genio-, y ahora, ¿cuáles son tus otros dos deseos?
El pescador reflexionó un momento y dijo:
-Muchas gracias, no tengo más deseos.



¿Quién a quién?

Un hombre que había estudiado en muchas escuelas de metafísica se presento ante Nasrudin. Describió en detalle en cuales había estado y que había estudiado para demostrar que merecía ser aceptado como discípulo.

"Espero que me acepte o, al menos, que me exponga sus ideas -dijo-, puesto que he empleado tanto tiempo estudiando en esas escuelas."

"!Que lástima! -exclamo Nasrudin-, usted ha estudiado a los maestros y sus enseñanzas. Lo que tendría que haber sucedido es que los maestros y las enseñanzas lo estudiaran a usted. Entonces si habríamos tenido algo interesante"



La importancia del bosque

Todos los maestros dicen que el tesoro espiritual es un descubrimiento solitario.

¿Entonces por qué estamos juntos? -preguntó uno de los discípulos a Nasrudin, el maestro sufi.

Ustedes están juntos porque un bosque siempre es más fuerte que un árbol solitario -respondió Nasrudin-. El bosque mantiene la humedad del aire, resiste mejor a un huracán, ayuda a que el suelo sea fértil.

-Pero lo que hace fuerte a un árbol es su raíz. Y la raíz de una planta no puede ayudar a otra planta a crecer.

-Estar juntos en un mismo propósito, es dejar que cada uno crezca a su manera; éste es el camino de los que desean comulgar con Dios.


La historia del cerrajero

"Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella.

Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo.

Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huída y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave.

Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus ex-guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron."




El cuento de las arenas.

Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después de pasar a través de toda clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaba a éstas.
Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto y sin embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde el desierto mismo le susurró:

"el Viento cruza el desierto y así puede hacerlo el río"

El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas y solamente conseguía ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto. "Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo no lograrás cruzarlo. Desaparecerás o te convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento te lleve hacia tu destino"

-¿Pero cómo esto podrá suceder?

"Consintiendo en ser absorbido por el viento". Esta idea no era aceptable para el río. Después de todo él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su individualidad. "¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla alguna vez?" "El viento", dijeron las arenas, "cumple esa función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río"

-"¿Cómo puedo saber que esto es verdad?"
"Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano y aún eso tomaría muchos, pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río."

-"¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy?"

"Tú no puedes en ningún caso permanecer así", continuó la voz. "Tu parte esencial es transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial." Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál sería?, había sido transportado en los brazos del viento. También recordó --¿o le pareció?-- que eso era lo que realmente debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio. Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la experiencia. Reflexionó:"Sí, ahora conozco mi verdadera identidad" El río estaba aprendiendo pero las arenas susurraron:"Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y porque nosotras las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río hasta la montaña" Y es por eso que se dice que el camino en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía está escrito en las Arenas.


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