martes, 29 de julio de 2014

DIOSES DEL OLIMPO

Zeus-Hera

Ayudado por Rea y Metis, la Prudencia, hija de Océano, Zeus tomó por sorpresa a su padre, lo atacó y venció. Luego lo forzó a tomar una pócima con poderes mágicos, fabricada por la propia Metis, que le hizo vomitar primero la piedra y después a sus cinco hijos anteriores: Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón. Zeus, igual que su padre, dotó a sus hermanos y hermanas de una porción justa de su nuevo reino y se instaló en el Monte Olimpo, la montaña más alta que encontró. Poseidón se quedó con el Mar, Hades con el mundo subterráneo y Zeus con el Cielo y la Tierra, y el cetro de dios supremo, por encima de todos sus hermanos y dioses más antiguos que él. Así lo cuenta Hesíodo: Zeus agitador del rayo


Zeus agitador del rayo

«Entre tanto, el joven dios se criaba rápidamente; su fuerza crecía al mismo tiempo que su valor. Cuando fue preciso, sorprendido por la astucia de Metis, vencido por el brazo y poder de su hijo, el taimado Cronos volvió a la luz a los hijos salidos de su sangre que había tragado y, ante todo, la piedra engullida tras ellos, Zeus la fijó en la tierra, en la divina Pito, al pie del Parnaso, para que fuese un día, ante los ojos de los mortales, el monumento que proclamase sus maravillas».

Zeus, Poseidón, Hera, Deméter y Hestia forman el primer grupo de dioses Olímpicos, falta de él Hades, a quien no se le considera divinidad olímpica porque vive siempre en los Avernos. Afrodita, aunque más antigua y perteneciente a la generación anterior, también habita el Olimpo, que ni las puertas del cielo se resisten a la belleza. Los otros dioses olímpicos, incorporados más tarde, serán: Ares, Hefaistos, Apolo, Artemis, Atenea, Hermes y Dionisos, doce en total, símbolo del orden universal, como los meses lunares, porque Hestia renunció a su puesto en el Olimpo para no tener conflictos con Dionisos, el último de ellos, o huir de las broncas permanentes de sus hermanos y sobrinos.

Pero Zeus debería enfrentar aún dos guerras para poder establecerse definitivamente como dios supremo. Sólo los Titanes más sabios: Mnemosine, Temis, Océano e Hiperión, se sometieron al nuevo soberano. Los demás nombraron a Atlas, hijo de Japeto, jefe de los que se oponían a Zeus, pues las fuerzas de Cronos comenzaban a flaquear. Así comenzó la primera guerra de los tiempos, una guerra cósmica en que el orden debía someter al caos, una guerra civil que enfrentó a hermanos contra hermanos y contenía ya la semilla del destino humano.



La Titanomaquia

Fue una guerra cruenta, que se prolongó durante diez años, en la que Atlas capitaneó a sus hermanos, menos Prometeo, Epimeteo y Océano, y a todos sus linajes. Desde el alto Cielo hasta el profundo Tártaro resonaba el fragor de la batalla. Los Titanes eran más numerosos e imponentes, por su furia y vigor, que los seguidores de Zeus, quien sin embargo contaba entre los suyos, además de sus hermanos, a la Oceánide Éstige y a sus numerosos hijos. En agradecimiento a su ayuda, Éstige recibió luego el privilegio de que los dioses juraran en su nombre, lo que daba al juramento un valor absoluto.

Zeus sopesó sus fuerzas y las contrarias, y estimó que debía buscar ayuda. Entonces se acordó de los Cíclopes y de los Centímanos, que seguían encarcelados en el Tártaro, olvidados por todos. Otros en cambio indican que fue su madre Gea quien advirtió a Zeus que para vencer debía reclutar en sus filas a los habitantes del Tártaro. Así Zeus bajó sigilosamente y mató a Campe, la carcelera; cogió las llaves y liberó a los prisioneros; los fortaleció luego con comidas y bebidas variadas y abundantes, y marchó con ellos al combate.

Agradecidos, los Cíclopes dieron armas a los tres hermanos olímpicos: El rayo, que acababan de forjar en las fraguas del Tártaro, se lo entregaron a Zeus para que fuera su arma propia, a Hades le dieron un yelmo que absorbía la luz en torno suyo y lo hacía invisible, y a Poseidón, un tridente.

 El titán Atlas condenado a llevar el mundoLos tres hermanos urdieron entonces un plan para terminar rápidamente con la guerra, que ya se alargaba  demasiado. Y así Hades entró, sin ser visto, en presencia del retorcido Cronos para robarle las armas, mientras Poseidón lo entretenía y lo amenazaba con el tridente; finalmente, Zeus hizo caer sobre él su terrible rayo. Entretanto, los Hecatónquiros, apostados en lo alto de los desfiladeros, arrojaban cientos de rocas sobre el resto de los Titanes con tal furia, que pensaron que las montañas se desplomaban sobre ellos. Muchos murieron bajo las piedras, otros consiguieron huir a Bretaña y los restantes cayeron arrojados al Tártaro, incluido el viejo Cronos, donde Centímanos o Hecatónquiros los guardarían. Pero Atlas, cabecilla de los sublevados, condenado a llevar sobre los hombros la bóveda del cielo, recibió el más duro castigo.
El titán Atlas condenado a llevar el mundo

Tras haber eliminado a Cronos, los tres hermanos triunfantes, Zeus, Poseidón y Hades, se repartieron el imperio del universo; pusieron en el interior de un yelmo tres símbolos y confiaron en la suerte. Al primero le correspondió el Cielo, al segundo el Mar y al tercero los Infiernos. Tierra y Olimpo, en cambio, se consideraron territorio común a los tres. Así relata Homero el sorteo, en palabras de Poseidón:

«Tres hijos varones nacieron de Cronos y Rea:
Zeus, yo y el tercero, Hades, que reina sobre los muertos. El mundo se dividió en tres partes, una para cada uno de nosotros: a mí me tocó en suerte habitar siempre en el mar que blanqueó la espuma; a Hades, en cambio, las sombras y la niebla, y a Zeus el inmenso cielo, en el éter siempre entre las nubes, en tanto que la Tierra y el Olimpo nos pertenecen en común a los tres».
(Ilíada, XV, 187 ss.)

En una antigua ánfora griega se puede ver a los tres hermanos en el momento del sorteo: Zeus tiene en sus manos el rayo, Poseidón el tridente y Hades el yelmo que lo vuelve invisible. El pintor del recipiente, al no poder representar la invisibilidad, nos lo muestra con el rostro vuelto hacia la parte opuesta. Efectivamente, la palabra hais, o haides o hades significa «invisible», y también «aquel que vuelve invisibles a los demás». Allá abajo, en los Infiernos, estaba absolutamente prohibido mirar a la cara a Hades o a su esposa Perséfone: quien transgredía esa prohibición se volvía, a su vez, invisible. 



La Tifonomaquia

A pesar de la victoria, Zeus, no pudo, todavía, sentirse seguro. Gea, entristecida por no haber podido disfrutar de la infancia de sus hijos, dio a luz un último vástago, Tifeus (Tifón), el más espantoso y horrible de los dioses. Cuentan que «de sus hombros salían cien cabezas de serpiente, de terrible dragón», que de sus ojos «brotaba ardiente fuego cuando miraba» y que sus cien bocas producían las voces más variadas y fantásticas: «Unas veces emitían articulaciones como para entenderse con dioses, otras un sonido con la fuerza de un toro de potente mugido, bravo e indómito, otras de un león de salvaje furia, otras igual que los cachorros, maravilla oírlo, y otras silbaba y le hacían eco las altas montañas».

Zeus se vio forzado hacerle frente, lanzó contra él uno de sus rayos mortales y acabó con el monstruo. El relato que del encuentro hace el poeta tiene un aliento cósmico:

Tronó reciamente y con fuerza y por todas partes terriblemente resonó la tierra, el ancho cielo arriba, el ponto, las corrientes del Océano y los abismos de la tierra. Se tambaleaba el alto Olimpo bajo sus inmortales pies cuando se levantó el soberano y gemía lastimosamente la tierra. Un ardiente bochorno se apoderó del ponto de azulados reflejos, producido por ambos y por el trueno, el relámpago, el fuego vomitado por el monstruo, los huracanados vientos y el fulminante rayo. Hervía la tierra entera, el cielo y el mar. Enormes olas se precipitaban sobre las costas por todo alrededor bajo el ímpetu de los Inmortales y se originó una conmoción infinita. Temblaba Hades, señor de los muertos que habitan bajo la tierra, y los Titanes, que sumergidos en el Tártaro rodean a Cronos, a causa del incesante estruendo y la horrible batalla. Zeus, después de concentrar toda su fuerza y coger sus armas, el trueno, el relámpago y el llameante rayo, lo golpeó saltando desde el Olimpo y envolvió en llamas todas las prodigiosas cabezas del terrible monstruo. Luego que lo venció fustigándole con sus golpes, cayó aquél de rodillas y gimió la monstruosa tierra. Fulminado el dios, una violenta llamarada surgió de él cuando cayó entre los oscuros e inaccesibles barrancos de la montaña. Gran parte de la monstruosa tierra ardía con terrible humareda y se fundía igual que el estaño cuando por arte de los hombres se calienta en el bien horadado crisol o el hierro, que es mucho más resistente, cuando se le somete al calor del fuego en los barrancos de las montañas, se funde en el suelo divino por obra de Hefesto; así entonces se fundía la tierra con la llama del ardiente fuego. Y le hundió, irritado de corazón, en el ancho Tártaro.

Tifeus fue enterrado bajo el Monte Etna, en Sicilia, y todavía hoy pueden verse, de cuando en cuando, sus encendidos humos. Merece 

El desafío final lo provocaron los Gigantes, que invadieron el Monte Olimpo y treparon por las montañas en un formidable esfuerzo por alcanzar la cumbre. Pero los dioses, que habían crecido fuertes y contaban con la ayuda de Heracles, los sometieron.



La Gigantomaquia



Gigantomaquia del altar de Zeus en Pérgamo

Las derrotas de los Titanes y de Tifón no garantizó la paz durante largo tiempo; porque Gea, enterada de que sus hijos estaban nuevamente encerrados en la oscuridad del Tártaro, sublevó a sus otros hijos, los Gigantes, nacidos de la sangre de Urano cuando Cronos lo castró.

 Gigantomaquia del altar de Zeus en Pérgamo

Los Olímpicos tuvieron, pues, que hacer frente a la amenazadora agresión de los Gigantes, enormes seres de aspecto terrorífico y fuerza invencible, dotados de hirsuta cabellera y piernas en forma de serpiente. En la guerra tomaron parte todas las divinidades del Olimpo. Pero un papel principal lo desempeñaron Zeus, armado del poderoso rayo y protegido por la égida, la mágica coraza que se hizo con la piel de la cabra Amaltea, y Atenea, cubierta también por la égida, que comparte con su padre, y protegida por su escudo redondo adornado con la cabeza de Medusa.

Como aliado excepcional contaron con Heracles, acogido en el Olimpo después de su muerte. Se cumplía así la profecía según la cual los Gigantes no serían vencidos sin la ayuda de un mortal como lo había sido Heracles.

Con la victoria Zeus afirma su poder con el dominio absoluto del mundo y se cierra el ciclo de las divinidades poderosas y de las fuerzas desordenadas que, como Cronos, todo lo destruyen y corrompen. Porque para los griegos Cronos corrompía al hombre y a los animales, y los filósofos consideran este triunfo un símbolo de la victoria del orden y de la razón sobre los instintos y las pasiones.



Ares / Marte
El Ares de Velázquez

Dios de la guerra y amante de las batallas por el puro placer de la lucha. Era de aspecto brutal y comportamiento violento y agresivo; le deleitaban las matanzas deEl Ares de Velázquez hombres y los saqueos de ciudades, el estruendo del combate y los gritos de los vencidos, lo que le acarreó el desprecio de hombres e inmortales, excepto de Afrodita, que se enamoró de él (esas fuerzas del corazón que la razón, por mucho que se esfuerce, no entiende), y del codicioso Hades, al que abastece con los soldados muertos en guerras despiadadas.

Simboliza también la fuerza de la pasión y de la sensualidad en toda su potencia. Además del adulterio con Afrodita, se le atribuye la paternidad de las Amazonas, aunque hay muchos que disienten. Los dos hijos que tuvo con la diosa del Amor y de la Belleza lo acompañaban en los campos de batalla: Deimos, personificación del Terror, y Fobos, personificación del Temor, que suscitaba la cobardía en el corazón de los combatientes y los impulsaba a huir.

Sin embargo Ares no era un dios invencible; fue derrotado y humillado durante la guerra de Troya por la calculadora e inteligente Atenea; en otra ocasión los gigantescos hijos de Aloeo lo apresaron y tuvieron recluido en una vasija de bronce durante años, hasta que Hermes lo liberó; otra vez fue Heracles, el héroe, quien le atravesó el muslo con una flecha; en la lucha con los Gigantes Efialtes lo tuvo a su merced hasta que Apolo y Heracles lo liberaron; por último, el héroe y mortal Diómedes, lo hizo huir, herido, dando alaridos hasta el Olimpo. Velázquez, conocedor de esta azarosa vida, lo retrató ya maduro y desengañado de las glorias militares.

Ares, dios tracio, pertenece a la generación de los dioses olímpicos. Sin embargo, debido a la naturaleza pacífica de los griegos, que contrastaba con la fiereza del dios, fue el menos venerado. Se comprende fácilmente que los griegos, de espíritu inclinado a las sutilezas de la razón y a la finura de la inteligencia, manifestaran repugnancia por un dios que, tanto por su carácter y atribuciones, como por su origen tracio, era un extranjero. Así los mitos suelen presentarlo en situaciones de las que no siempre salía airoso. Roma, en cambio, le rindió un culto distinguido y lo confundió con su dios Marte. Naturalmente entre Roma y Atenas había un abismo.

Las Amazonas

Aunque no todos opinan igual, dicen algunos que estas mujeres eran hijas de Ares y de la náyade Harmonía, nacidas en los valles de la Acmonia frigia y trasladadas luego por Lisipe, que huía de la memoria incestuosa de su hijo Tanais, a la costa del Mar Negro, junto al río Termodonte, donde se establecieron y fundaron tres ciudades, de donde los nombres de licastias, cadesias y temisciras, este último de la capital, Temiscira.

Las amazonas sólo reconocían el linaje materno y los hombres debían hacer las tareas domésticas en tanto que las mujeres guerreaban y gobernaban. Dicen los maldicientes, que nunca descansan cuando de humillar a las mujeres se trata, que mutilaban a los niños recién nacidos para que no pudiesen gobernar, que no respetaban la justicia ni la decencia, aunque todo hace suponer que no respetaban el sentido de la justicia y de la decencia de los hombres, que es radicalmente indecente e injusto; pero eran guerreras famosas, las primeras que emplearon la caballería en el combate. Usaban arcos de bronce, hachas de doble filo y escudos en forma de media luna, los peltas, y vestían ropas hechas con pieles de animales. Es fama que se mutilaban, quemándoselo, el seno derecho para manejar las armas con más soltura, pero todo parece derivado de una errónea interpretación de su nombre: a: sin, mazw'n (mazoón): seno. Hoy aún se discute la etimología de esta palabra, aunque se aventura una de origen asiánico: hama: todas, zan: mujeres, así, Amazonas, significaría "todas mujeres". En cualquier caso los artistas las han representado siempre como mujeres enteras y hermosas, ante cuyos encantos cayeron Herakles y Teseo, grandes catadores de mujeres. Antíope, la única amazona que se sepa que se haya casado, fue esposa de Teseo y reina de Atenas. Murió atravesada por la espada de Molpadia cuando defendía su nueva ciudad al lado de su marido de un ataque de sus hermanas Amazonas.

Tres famosas amazonas, Marpesa, Lámpado e Hipo, conquistaron un imperio que se extendía desde el Mar Negro hasta las costas de Siria y fundaron las ciudades de Éfeso, Esmirna, Cirene y Mirina.

Luego de la muerte de Héctor, lucharon al lado de los troyanos contra los aqueos y su reina Pentesilea, también hija de Ares, murió a manos de Aquiles, al que sin embargo había sacado del campo de batalla en varias ocasiones y enamoró por su valor y belleza.



Hefaistos / Vulcano

 Hefaistos en su fragua escucha a Apolo

Dios del Fuego y de la Fragua. Cuentan que cuando su madre lo trajo al mundo y vio lo feo y esmirriado que era, asqueada y horrorizada, lo arrojó desde lo alto del Olimpo para librarse así de la vergüenza de haber parido semejante engendro. Por fortuna, el bebé cayó al mar y, como Tetis y Eurinome se encontraban cerca, pudieron rescatarlo. Estas gentiles diosas lo criaron en una gruta subterránea, donde Hefaistos instaló luego su primera herrería. En agradecimiento a Tetis, a la que siempre quedó reconocido, Hefaistos confeccionó las armas invencibles de su hijo Aquiles.

 Hefaistos en su fragua escucha a ApoloDespués de nueve años, Hera observó que Tetis lucía joyas de belleza extraordinaria y, curiosa y sin duda envidiosa, le preguntó dónde las había conseguido. Tetis vaciló al principio, pero terminó contándole la verdad sobre Hefaistos. Arrepentida y avergonzada, más probablemente esperanzada en conseguir joyas mejores, Hera fue en su busca, lo llevó al Olimpo y le instaló una herrería muchísimo mejor que la anterior.

Algunos dicen que fue su madre la que arregló su matrimonio con Afrodita. El caso es que Hefaistos perdonó a Hera, hasta tal punto que un día se atrevió a reprochar al propio Zeus la forma en que la ultrajó y humilló colgándola por las muñecas del firmamento, cuando Hera se rebeló contra él. Zeus, furioso por la falta de respeto, lo agarró y lo tiró con fuerza contra la Tierra; nueve días tardó en caer y cuando lo hizo en la isla de Lemnos, se le quebraron las piernas. Desde aquel día tuvo que andar con muletas hechas por él mismo, por supuesto de oro.

Otros cuentan la concepción y nacimiento de Hefaistos de manera distinta. Al parecer Hera lo trajo al mundo de modo poco natural porque, faltaría más, tuvo envidia de Zeus que había traído a Atenea por sí solo.

Hefaistos era el dios del fuego y de la civilización; el creador del fuego es, que lo transmite al mundo a través de Prometeo. Es el constructor de las armas y de los suntuosos palacios de los dioses, el artífice de herramientas y autómatas que lo ayudaban en su laboriosa fragua. Hizo muchas obras maestras para diversos héroes, como el escudo de Heracles, la armadura de Aquiles y el cetro de Agamenón. Tenía taller en islas volcánicas donde los cíclopes eran sus oficiales. Virgilio lo sitúa en la costa de Sicilia, con los fuegos del Etna como hornos.

Dicen que sus defectos físicos lo hicieron pacífico y amable, aunque tal vez fue su talante el que le ayudó a llevar sus defectos con humor; lo cierto es que era un dios querido por todos, deidades y mortales. Considerado patrón de los artesanos, les infundía inspiración y fuerza creativa.


Originario de Oriente, Hefaistos ha sido uno de los dioses más desmitificados, acaso porque su actividad se presta a ello. Hefaistos es el único dios que trabaja y es llamativo cómo el más feo de los dioses sea el que fabrica los objetos más hermosos, el que se casa con la más bella de las diosas.

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