Zeus-Hera
Ayudado
por Rea y Metis, la Prudencia, hija de Océano, Zeus tomó por sorpresa a su
padre, lo atacó y venció. Luego lo forzó a tomar una pócima con poderes
mágicos, fabricada por la propia Metis, que le hizo vomitar primero la piedra y
después a sus cinco hijos anteriores: Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón.
Zeus, igual que su padre, dotó a sus hermanos y hermanas de una porción justa
de su nuevo reino y se instaló en el Monte Olimpo, la montaña más alta que
encontró. Poseidón se quedó con el Mar, Hades con el mundo subterráneo y Zeus con
el Cielo y la Tierra, y el cetro de dios supremo, por encima de todos sus
hermanos y dioses más antiguos que él. Así lo cuenta Hesíodo: Zeus agitador del
rayo
«Entre
tanto, el joven dios se criaba rápidamente; su fuerza crecía al mismo tiempo
que su valor. Cuando fue preciso, sorprendido por la astucia de Metis, vencido
por el brazo y poder de su hijo, el taimado Cronos volvió a la luz a los hijos
salidos de su sangre que había tragado y, ante todo, la piedra engullida tras
ellos, Zeus la fijó en la tierra, en la divina Pito, al pie del Parnaso, para
que fuese un día, ante los ojos de los mortales, el monumento que proclamase
sus maravillas».
Zeus,
Poseidón, Hera, Deméter y Hestia forman el primer grupo de dioses Olímpicos,
falta de él Hades, a quien no se le considera divinidad olímpica porque vive
siempre en los Avernos. Afrodita, aunque más antigua y perteneciente a la
generación anterior, también habita el Olimpo, que ni las puertas del cielo se
resisten a la belleza. Los otros dioses olímpicos, incorporados más tarde,
serán: Ares, Hefaistos, Apolo, Artemis, Atenea, Hermes y Dionisos, doce en
total, símbolo del orden universal, como los meses lunares, porque Hestia
renunció a su puesto en el Olimpo para no tener conflictos con Dionisos, el
último de ellos, o huir de las broncas permanentes de sus hermanos y sobrinos.
Pero
Zeus debería enfrentar aún dos guerras para poder establecerse definitivamente
como dios supremo. Sólo los Titanes más sabios: Mnemosine, Temis, Océano e
Hiperión, se sometieron al nuevo soberano. Los demás nombraron a Atlas, hijo de
Japeto, jefe de los que se oponían a Zeus, pues las fuerzas de Cronos
comenzaban a flaquear. Así comenzó la primera guerra de los tiempos, una guerra
cósmica en que el orden debía someter al caos, una guerra civil que enfrentó a
hermanos contra hermanos y contenía ya la semilla del destino humano.
La
Titanomaquia
Fue
una guerra cruenta, que se prolongó durante diez años, en la que Atlas
capitaneó a sus hermanos, menos Prometeo, Epimeteo y Océano, y a todos sus
linajes. Desde el alto Cielo hasta el profundo Tártaro resonaba el fragor de la
batalla. Los Titanes eran más numerosos e imponentes, por su furia y vigor, que
los seguidores de Zeus, quien sin embargo contaba entre los suyos, además de
sus hermanos, a la Oceánide Éstige y a sus numerosos hijos. En agradecimiento a
su ayuda, Éstige recibió luego el privilegio de que los dioses juraran en su
nombre, lo que daba al juramento un valor absoluto.
Zeus
sopesó sus fuerzas y las contrarias, y estimó que debía buscar ayuda. Entonces
se acordó de los Cíclopes y de los Centímanos, que seguían encarcelados en el
Tártaro, olvidados por todos. Otros en cambio indican que fue su madre Gea
quien advirtió a Zeus que para vencer debía reclutar en sus filas a los
habitantes del Tártaro. Así Zeus bajó sigilosamente y mató a Campe, la carcelera;
cogió las llaves y liberó a los prisioneros; los fortaleció luego con comidas y
bebidas variadas y abundantes, y marchó con ellos al combate.
Agradecidos,
los Cíclopes dieron armas a los tres hermanos olímpicos: El rayo, que acababan
de forjar en las fraguas del Tártaro, se lo entregaron a Zeus para que fuera su
arma propia, a Hades le dieron un yelmo que absorbía la luz en torno suyo y lo
hacía invisible, y a Poseidón, un tridente.
El titán Atlas condenado a llevar el mundoLos
tres hermanos urdieron entonces un plan para terminar rápidamente con la
guerra, que ya se alargaba demasiado. Y
así Hades entró, sin ser visto, en presencia del retorcido Cronos para robarle
las armas, mientras Poseidón lo entretenía y lo amenazaba con el tridente; finalmente,
Zeus hizo caer sobre él su terrible rayo. Entretanto, los Hecatónquiros,
apostados en lo alto de los desfiladeros, arrojaban cientos de rocas sobre el
resto de los Titanes con tal furia, que pensaron que las montañas se
desplomaban sobre ellos. Muchos murieron bajo las piedras, otros consiguieron
huir a Bretaña y los restantes cayeron arrojados al Tártaro, incluido el viejo
Cronos, donde Centímanos o Hecatónquiros los guardarían. Pero Atlas, cabecilla
de los sublevados, condenado a llevar sobre los hombros la bóveda del cielo,
recibió el más duro castigo.
Tras
haber eliminado a Cronos, los tres hermanos triunfantes, Zeus, Poseidón y
Hades, se repartieron el imperio del universo; pusieron en el interior de un
yelmo tres símbolos y confiaron en la suerte. Al primero le correspondió el
Cielo, al segundo el Mar y al tercero los Infiernos. Tierra y Olimpo, en
cambio, se consideraron territorio común a los tres. Así relata Homero el
sorteo, en palabras de Poseidón:
«Tres
hijos varones nacieron de Cronos y Rea:
Zeus,
yo y el tercero, Hades, que reina sobre los muertos. El mundo se dividió en
tres partes, una para cada uno de nosotros: a mí me tocó en suerte habitar
siempre en el mar que blanqueó la espuma; a Hades, en cambio, las sombras y la
niebla, y a Zeus el inmenso cielo, en el éter siempre entre las nubes, en tanto
que la Tierra y el Olimpo nos pertenecen en común a los tres».
(Ilíada,
XV, 187 ss.)
En
una antigua ánfora griega se puede ver a los tres hermanos en el momento del
sorteo: Zeus tiene en sus manos el rayo, Poseidón el tridente y Hades el yelmo
que lo vuelve invisible. El pintor del recipiente, al no poder representar la
invisibilidad, nos lo muestra con el rostro vuelto hacia la parte opuesta.
Efectivamente, la palabra hais, o haides o hades significa «invisible», y
también «aquel que vuelve invisibles a los demás». Allá abajo, en los
Infiernos, estaba absolutamente prohibido mirar a la cara a Hades o a su esposa
Perséfone: quien transgredía esa prohibición se volvía, a su vez, invisible.
La
Tifonomaquia
A
pesar de la victoria, Zeus, no pudo, todavía, sentirse seguro. Gea,
entristecida por no haber podido disfrutar de la infancia de sus hijos, dio a
luz un último vástago, Tifeus (Tifón), el más espantoso y horrible de los
dioses. Cuentan que «de sus hombros salían cien cabezas de serpiente, de
terrible dragón», que de sus ojos «brotaba ardiente fuego cuando miraba» y que
sus cien bocas producían las voces más variadas y fantásticas: «Unas veces
emitían articulaciones como para entenderse con dioses, otras un sonido con la
fuerza de un toro de potente mugido, bravo e indómito, otras de un león de
salvaje furia, otras igual que los cachorros, maravilla oírlo, y otras silbaba
y le hacían eco las altas montañas».
Zeus
se vio forzado hacerle frente, lanzó contra él uno de sus rayos mortales y
acabó con el monstruo. El relato que del encuentro hace el poeta tiene un
aliento cósmico:
Tronó
reciamente y con fuerza y por todas partes terriblemente resonó la tierra, el
ancho cielo arriba, el ponto, las corrientes del Océano y los abismos de la
tierra. Se tambaleaba el alto Olimpo bajo sus inmortales pies cuando se levantó
el soberano y gemía lastimosamente la tierra. Un ardiente bochorno se apoderó
del ponto de azulados reflejos, producido por ambos y por el trueno, el
relámpago, el fuego vomitado por el monstruo, los huracanados vientos y el
fulminante rayo. Hervía la tierra entera, el cielo y el mar. Enormes olas se
precipitaban sobre las costas por todo alrededor bajo el ímpetu de los
Inmortales y se originó una conmoción infinita. Temblaba Hades, señor de los
muertos que habitan bajo la tierra, y los Titanes, que sumergidos en el Tártaro
rodean a Cronos, a causa del incesante estruendo y la horrible batalla. Zeus,
después de concentrar toda su fuerza y coger sus armas, el trueno, el relámpago
y el llameante rayo, lo golpeó saltando desde el Olimpo y envolvió en llamas
todas las prodigiosas cabezas del terrible monstruo. Luego que lo venció
fustigándole con sus golpes, cayó aquél de rodillas y gimió la monstruosa
tierra. Fulminado el dios, una violenta llamarada surgió de él cuando cayó
entre los oscuros e inaccesibles barrancos de la montaña. Gran parte de la
monstruosa tierra ardía con terrible humareda y se fundía igual que el estaño
cuando por arte de los hombres se calienta en el bien horadado crisol o el
hierro, que es mucho más resistente, cuando se le somete al calor del fuego en los
barrancos de las montañas, se funde en el suelo divino por obra de Hefesto; así
entonces se fundía la tierra con la llama del ardiente fuego. Y le hundió,
irritado de corazón, en el ancho Tártaro.
Tifeus
fue enterrado bajo el Monte Etna, en Sicilia, y todavía hoy pueden verse, de
cuando en cuando, sus encendidos humos. Merece
El
desafío final lo provocaron los Gigantes, que invadieron el Monte Olimpo y
treparon por las montañas en un formidable esfuerzo por alcanzar la cumbre.
Pero los dioses, que habían crecido fuertes y contaban con la ayuda de
Heracles, los sometieron.
La
Gigantomaquia
Las
derrotas de los Titanes y de Tifón no garantizó la paz durante largo tiempo;
porque Gea, enterada de que sus hijos estaban nuevamente encerrados en la
oscuridad del Tártaro, sublevó a sus otros hijos, los Gigantes, nacidos de la
sangre de Urano cuando Cronos lo castró.
Gigantomaquia del altar de Zeus en Pérgamo
Los
Olímpicos tuvieron, pues, que hacer frente a la amenazadora agresión de los
Gigantes, enormes seres de aspecto terrorífico y fuerza invencible, dotados de
hirsuta cabellera y piernas en forma de serpiente. En la guerra tomaron parte
todas las divinidades del Olimpo. Pero un papel principal lo desempeñaron Zeus,
armado del poderoso rayo y protegido por la égida, la mágica coraza que se hizo
con la piel de la cabra Amaltea, y Atenea, cubierta también por la égida, que
comparte con su padre, y protegida por su escudo redondo adornado con la cabeza
de Medusa.
Como
aliado excepcional contaron con Heracles, acogido en el Olimpo después de su
muerte. Se cumplía así la profecía según la cual los Gigantes no serían
vencidos sin la ayuda de un mortal como lo había sido Heracles.
Con
la victoria Zeus afirma su poder con el dominio absoluto del mundo y se cierra
el ciclo de las divinidades poderosas y de las fuerzas desordenadas que, como
Cronos, todo lo destruyen y corrompen. Porque para los griegos Cronos corrompía
al hombre y a los animales, y los filósofos consideran este triunfo un símbolo
de la victoria del orden y de la razón sobre los instintos y las pasiones.
Ares
/ Marte
Dios
de la guerra y amante de las batallas por el puro placer de la lucha. Era de
aspecto brutal y comportamiento violento y agresivo; le deleitaban las matanzas
deEl Ares de Velázquez hombres y los saqueos de ciudades, el estruendo del
combate y los gritos de los vencidos, lo que le acarreó el desprecio de hombres
e inmortales, excepto de Afrodita, que se enamoró de él (esas fuerzas del
corazón que la razón, por mucho que se esfuerce, no entiende), y del codicioso
Hades, al que abastece con los soldados muertos en guerras despiadadas.
Simboliza
también la fuerza de la pasión y de la sensualidad en toda su potencia. Además
del adulterio con Afrodita, se le atribuye la paternidad de las Amazonas,
aunque hay muchos que disienten. Los dos hijos que tuvo con la diosa del Amor y
de la Belleza lo acompañaban en los campos de batalla: Deimos, personificación
del Terror, y Fobos, personificación del Temor, que suscitaba la cobardía en el
corazón de los combatientes y los impulsaba a huir.
Sin
embargo Ares no era un dios invencible; fue derrotado y humillado durante la
guerra de Troya por la calculadora e inteligente Atenea; en otra ocasión los
gigantescos hijos de Aloeo lo apresaron y tuvieron recluido en una vasija de
bronce durante años, hasta que Hermes lo liberó; otra vez fue Heracles, el
héroe, quien le atravesó el muslo con una flecha; en la lucha con los Gigantes
Efialtes lo tuvo a su merced hasta que Apolo y Heracles lo liberaron; por
último, el héroe y mortal Diómedes, lo hizo huir, herido, dando alaridos hasta
el Olimpo. Velázquez, conocedor de esta azarosa vida, lo retrató ya maduro y
desengañado de las glorias militares.
Ares,
dios tracio, pertenece a la generación de los dioses olímpicos. Sin embargo,
debido a la naturaleza pacífica de los griegos, que contrastaba con la fiereza
del dios, fue el menos venerado. Se comprende fácilmente que los griegos, de
espíritu inclinado a las sutilezas de la razón y a la finura de la
inteligencia, manifestaran repugnancia por un dios que, tanto por su carácter y
atribuciones, como por su origen tracio, era un extranjero. Así los mitos
suelen presentarlo en situaciones de las que no siempre salía airoso. Roma, en
cambio, le rindió un culto distinguido y lo confundió con su dios Marte.
Naturalmente entre Roma y Atenas había un abismo.
Las
Amazonas
Aunque
no todos opinan igual, dicen algunos que estas mujeres eran hijas de Ares y de
la náyade Harmonía, nacidas en los valles de la Acmonia frigia y trasladadas
luego por Lisipe, que huía de la memoria incestuosa de su hijo Tanais, a la
costa del Mar Negro, junto al río Termodonte, donde se establecieron y fundaron
tres ciudades, de donde los nombres de licastias, cadesias y temisciras, este
último de la capital, Temiscira.
Las
amazonas sólo reconocían el linaje materno y los hombres debían hacer las
tareas domésticas en tanto que las mujeres guerreaban y gobernaban. Dicen los
maldicientes, que nunca descansan cuando de humillar a las mujeres se trata,
que mutilaban a los niños recién nacidos para que no pudiesen gobernar, que no
respetaban la justicia ni la decencia, aunque todo hace suponer que no
respetaban el sentido de la justicia y de la decencia de los hombres, que es
radicalmente indecente e injusto; pero eran guerreras famosas, las primeras que
emplearon la caballería en el combate. Usaban arcos de bronce, hachas de doble
filo y escudos en forma de media luna, los peltas, y vestían ropas hechas con
pieles de animales. Es fama que se mutilaban, quemándoselo, el seno derecho
para manejar las armas con más soltura, pero todo parece derivado de una
errónea interpretación de su nombre: a: sin, mazw'n (mazoón): seno. Hoy aún se
discute la etimología de esta palabra, aunque se aventura una de origen
asiánico: hama: todas, zan: mujeres, así, Amazonas, significaría "todas
mujeres". En cualquier caso los artistas las han representado siempre como
mujeres enteras y hermosas, ante cuyos encantos cayeron Herakles y Teseo,
grandes catadores de mujeres. Antíope, la única amazona que se sepa que se haya
casado, fue esposa de Teseo y reina de Atenas. Murió atravesada por la espada
de Molpadia cuando defendía su nueva ciudad al lado de su marido de un ataque
de sus hermanas Amazonas.
Tres
famosas amazonas, Marpesa, Lámpado e Hipo, conquistaron un imperio que se extendía
desde el Mar Negro hasta las costas de Siria y fundaron las ciudades de Éfeso,
Esmirna, Cirene y Mirina.
Luego
de la muerte de Héctor, lucharon al lado de los troyanos contra los aqueos y su
reina Pentesilea, también hija de Ares, murió a manos de Aquiles, al que sin
embargo había sacado del campo de batalla en varias ocasiones y enamoró por su
valor y belleza.
Hefaistos
/ Vulcano
Dios
del Fuego y de la Fragua. Cuentan que cuando su madre lo trajo al mundo y vio
lo feo y esmirriado que era, asqueada y horrorizada, lo arrojó desde lo alto
del Olimpo para librarse así de la vergüenza de haber parido semejante
engendro. Por fortuna, el bebé cayó al mar y, como Tetis y Eurinome se
encontraban cerca, pudieron rescatarlo. Estas gentiles diosas lo criaron en una
gruta subterránea, donde Hefaistos instaló luego su primera herrería. En
agradecimiento a Tetis, a la que siempre quedó reconocido, Hefaistos
confeccionó las armas invencibles de su hijo Aquiles.
Hefaistos en su fragua escucha a ApoloDespués
de nueve años, Hera observó que Tetis lucía joyas de belleza extraordinaria y,
curiosa y sin duda envidiosa, le preguntó dónde las había conseguido. Tetis
vaciló al principio, pero terminó contándole la verdad sobre Hefaistos.
Arrepentida y avergonzada, más probablemente esperanzada en conseguir joyas
mejores, Hera fue en su busca, lo llevó al Olimpo y le instaló una herrería
muchísimo mejor que la anterior.
Algunos
dicen que fue su madre la que arregló su matrimonio con Afrodita. El caso es
que Hefaistos perdonó a Hera, hasta tal punto que un día se atrevió a reprochar
al propio Zeus la forma en que la ultrajó y humilló colgándola por las muñecas
del firmamento, cuando Hera se rebeló contra él. Zeus, furioso por la falta de
respeto, lo agarró y lo tiró con fuerza contra la Tierra; nueve días tardó en
caer y cuando lo hizo en la isla de Lemnos, se le quebraron las piernas. Desde
aquel día tuvo que andar con muletas hechas por él mismo, por supuesto de oro.
Otros
cuentan la concepción y nacimiento de Hefaistos de manera distinta. Al parecer
Hera lo trajo al mundo de modo poco natural porque, faltaría más, tuvo envidia
de Zeus que había traído a Atenea por sí solo.
Hefaistos
era el dios del fuego y de la civilización; el creador del fuego es, que lo
transmite al mundo a través de Prometeo. Es el constructor de las armas y de
los suntuosos palacios de los dioses, el artífice de herramientas y autómatas
que lo ayudaban en su laboriosa fragua. Hizo muchas obras maestras para
diversos héroes, como el escudo de Heracles, la armadura de Aquiles y el cetro
de Agamenón. Tenía taller en islas volcánicas donde los cíclopes eran sus
oficiales. Virgilio lo sitúa en la costa de Sicilia, con los fuegos del Etna
como hornos.
Dicen
que sus defectos físicos lo hicieron pacífico y amable, aunque tal vez fue su
talante el que le ayudó a llevar sus defectos con humor; lo cierto es que era
un dios querido por todos, deidades y mortales. Considerado patrón de los
artesanos, les infundía inspiración y fuerza creativa.
Originario
de Oriente, Hefaistos ha sido uno de los dioses más desmitificados, acaso
porque su actividad se presta a ello. Hefaistos es el único dios que trabaja y
es llamativo cómo el más feo de los dioses sea el que fabrica los objetos más
hermosos, el que se casa con la más bella de las diosas.
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