Una
vez Nasrudin le dijo a su hijo:
-
Pídeme lo que quieras y te lo daré.
El
niño muy emocionado, pues conocía la pobreza de su padre, le contestó:
- Te
lo agradezco de todo corazón. ¿Puedes darme tiempo hasta mañana?.
Tengo que pensar.
Tengo que pensar.
-
Muy bien - dijo Nasrudín - Hasta mañana.
Al
día siguiente, el hijo fue a ver a su padre y le pidió un burrito.
- Ah
no - le contestó Nasrudín - no tendrás el burrito.
-
¡Pero me habías prometido darme lo que quisiese!
- ¿Y
no he mantenido mi palabra? ¡ Me pediste tiempo y te lo he dado !
Un
hombre mundano le pregunto a un buscador sincero:
- ¿ y vosotros en realidad qué hacéis?
El buscador le respondió:
"Nos
caemos y nos levantamos, nos volvemos a caer y nos volvemos a
levantar"
Un
padre deseaba para sus dos hijos la mejor formación mística posible. Por ese
motivo, los envió a adiestrarse espiritualmente con un reputado maestro de la
filosofía
vedanta. Después de un año, los hijos regresaron al hogar paterno.
El
padre preguntó a uno de ellos sobre el Brahmán, y el hijo se extendió sobre la
Deidad haciendo todo tipo de ilustradas referencias a las escrituras, textos
filosóficos
y enseñanzas metafísicas. Después, el padre pregunto sobre el
Brahmán al otro hijo,
y éste se limitó a guardar silencio. Entonces el padre,
dirigiéndose a éste ultimo,
declaró:
-
Hijo, tú sí que sabes realmente lo que es el Brahmán
Un
vecino de Nasrudín fue a visitarlo.
-
Mulá, necesito que me preste su burro.
- Lo
lamento - dijo el Mulá - pero ya lo he prestado.
No
bien terminó de hablar, el burro rebuznó. El sonido provenía del
establo
de Nasrudín.
-
Pero, Mulá, puedo oír al burro que rebuzna ahí dentro - dijo
Mientras
le cerraba la puerta en la cara, Nasrudín replicó con dignidad:
- Un
hombre que cree en la palabra de un burro más que en la mía no merece
que
le preste nada.
Saádi
de Shiraz relata esta historia acerca de sí mismo:
-Cuando
yo era niño, era un muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las
devociones. Una noche estaba velando con mi padre, mientras sostenía el Corán
en
mis
rodillas. Todos los que se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no
tardaron en quedarse profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre:
- Ni
uno sólo de esos dormilones es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para
decir
sus oraciones. Diría uno que están todos muertos.
Y mi
padre me replicó:
- Mi
querido hijo, preferiría que también tú estuvieras dormido como
ellos,
en lugar de murmurar.
¿Buena
suerte o mala suerte?
Había
una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a
trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los
productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó
saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra. El vecino que se
percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre diciéndole:
-Tu
caballo se escapó, ¿que harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te
avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!
El
hombre lo miró y le dijo:
-¿Buena
suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.
Pasó
algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes con los
que se había unido. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le
dijo:
-No
solo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás
vender y criar. ¡Qué buena suerte has tenido!
El
hombre lo miró y le dijo:
-¿Buena
suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.
Más
adelante el hijo de nuestro hombre montaba uno de los caballos salvajes para
domarlo y calló al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a
decirle:
-¡Qué
mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte, tu eres ya
viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.
El
hombre, otra vez lo miró y dijo:
-¿Buena
suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.
Pasó
el tiempo y en ese país estalló la guerra con el país vecino de manera que el
ejército iba por los campos reclutando a los jóvenes para llevarlos al campo de
batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano y al de nuestro hombre
se le declaró no apto por estar imposibilitado. Nuevamente el vecino corrió
diciendo:
-Se
llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota.
¡Qué buena suerte has tenido!
Otra
vez el hombre lo miró diciendo:
-¿Buena
suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.
El
Zorro inválido
Una
vez un hombre vio a un zorro inválido y se preguntó cómo haría para estar tan
bien alimentado. Decidió pues, seguirlo y descubrió que se había instalado en
un lugar donde solía ir un gran león a devorar a sus presas. Cuando el león
terminaba de comer, se alejaba y entonces el zorro iba y se alimentaba a
placer.
El
hombre se dijo:
-Yo
también quiero que el destino me ofrezca de igual manera.
Y se
marchó a un pueblo y se sentó en una calle cualquiera a esperar. Pasó el tiempo
y no sucedió nada, excepto que cada vez estaba más hambriento y débil.
Entonces, en su debido momento, escuchó una voz interior que le dijo:
-¿Porqué
quieres ser como un zorro que busca la manera de beneficiarse de otros?, ¿por qué
no ser como un león para que otros se beneficien de ti?
El
Amor y la Pasión
Había
una princesa que estaba locamente enamorada de un capitán de su guardia y,
aunque sólo tenía 17 años, no tenía ningún otro deseo que casarse con él, aún a
costa de lo que pudiera perder. Su padre que tenía fama de sabio no cesaba de
decirle:
-No
estás preparada para recorrer el camino del amor. El amor es renuncia y así
como regala, crucifica. Todavía eres muy joven y a veces caprichosa, si buscas
en el amor sólo la paz y el placer, no es este el momento de casarte.
-Pero,
padre, ¡sería tan feliz junto a él!, que no me separaría ni un solo instante de
su lado. Compartiríamos hasta el más profundo de nuestros sueños.
Entonces
el rey reflexionó y se dijo:
-Las
prohibiciones hacen crecer el deseo y si le prohíbo que se encuentre con su
amado, su deseo por él crecerá desesperado. Además los sabios dicen: “Cuando el
amor os llegue, seguidlo, aunque sus senderos son arduos y penosos”.
De
modo que al fin le dijo a su hija:
-Hija
mía, voy a someter a prueba tu amor por ese joven. Vas a ser encerrada con él
cuarenta días y cuarenta noches. Si al final siguen queriéndose casar es que
estás preparada y entonces tendrás mi consentimiento.
La
princesa, loca de alegría, aceptó la prueba y abrazó a su padre. Todo marchó
perfectamente los primeros días, pero tras la excitación y la euforia no tardó
en presentarse la rutina y el aburrimiento. Lo que al principio era música
celestial para la princesa se fue tornando ruido y así comenzó a vivir un
extraño vaivén entre el dolor y el placer, la alegría y la tristeza. Así, antes
de que pasaran dos semanas ya estaba suspirando por otro tipo de compañía,
llegando a repudiar todo lo dijera o hiciese su amante. A las tres semanas estaba
tan harta de aquel hombre que chillaba y aporreaba la puerta de su recinto.
Cuando al fin pudo salir de allí, se echó en brazos de su padre agradecida de
haberle librado de aquel a quién había llegado a aborrecer.
Al
tiempo, cuando la princesa recobró la serenidad perdida, le dijo a su padre:
-Padre,
háblame del matrimonio.
Y su
padre, el rey, le dijo:
-Escucha
lo que dicen los poetas de nuestro reino:
“Dejad
que en vuestra unión crezcan los espacios.
Amaos
el uno al otro, más no hagáis del amor una prisión.
Llenaos
mutuamente las copas, pero no bebáis de la misma.
Compartid
vuestro pan, más no comáis del mismo trozo.
Y
permaneced juntos, más no demasiados juntos,
pues
ni el roble ni el ciprés, crecen uno a la sombra del otro”.
El
asno y el camello
Un
asno y un camello caminaban juntos. El camello se movía con pasos largos y
pausados. El asno se movía impacientemente tropezándose de vez en cuando. Al
fin el asno dijo a su compañero:
-¿Cómo
es que me encuentro siempre con problemas, cayéndome y haciéndome rasguños en
las patas, a pesar de que miro cuidadosamente al suelo mientras camino,
mientras que tú que nunca pareces ser consciente de lo que te rodea, con tus
ojos fijos en el horizonte, mantienes un paso tan rápido y fácil en apariencia?
Respondió
el camello:
-Tu
problema es que tus pasos son demasiados cortos y cuando has visto algo es
demasiado tarde para corregir tus movimientos. Miras a tu alrededor y no
evalúas lo que ves. Piensas que la prisa es velocidad, imaginas que mirando
puedes ver, piensas que ver cerca es lo mismo que ver lejos. Supones que yo
miro el horizonte, aunque en realidad sólo contemplo hacia el frente como modo
de decidir qué hacer cuando lo lejano se convierta en cercano. También recuerdo
lo que ha sucedido antes y así no necesito mirar hacia atrás y tropezar una vez
más. De este modo lo que te parece confuso o difícil se vuelve claro y fácil.
El
devoto y la prostituta
Había
una vez un hombre devoto que dedicaba su tiempo a la oración y meditación, su
objetivo eran las cosas del alma y la búsqueda de la verdad. Sucedió que se
mudó a vivir justo frente de su casa una prostituta que todo el tiempo recibía
todo tipo de hombres. El hombre devoto se sentía enojado e indignado y le decía
a Allah como podía mandarle algo así, pues esto era motivo para perder su
concentración y desviarse de sus plegarias; “una mujer así no merecía ningún
tipo de favores”. Pasó el tiempo y el hombre devoto cada vez sentía más
desagrado por aquella mujer. Por el contrario la prostituta se sentía muy honrada
y afortunada de que frente a su casa viviera un hombre de condición espiritual,
de modo que siempre le agradecía a Allah esa oportunidad de estar cerca de
personas de dignidad. Ya que ella se veía obligada por las circunstancias a
llevar ese tipo de vida.
Entonces
ocurrió que los dos murieron a la vez, pues se produjo un enorme desastre
natural y así los dos se vieron frente a la corte celestial. Allí se les dijo:
“cada cual somos lo que cosechamos”. Así el hombre devoto fue condenado por no
haber vivido su vida con satisfacción y agradecimiento y además haber tenido
sentimientos negativos hacia otros y la prostituta fue salvada, pues ella había
vivido su vida con gratitud, aceptación y pensamientos amables hacia los demás.
El
pescador y la botella mágica
Un
pescador encontró entre sus redes una botella de cobre con el tapón de plomo.
Parecía muy antigua. Al abrirla salió de repente un genio maravilloso que una
vez liberado le dijo al pescador:
-Te
concedo tres deseos por haberme sacado de mi encierro. ¿Cuál es tu primer
deseo?
-Me
gustaría que me hicieras lo bastante inteligente y claro como para hacer una
elección perfecta de los otros dos deseos -dijo el pescador.
-Hecho
-dijo el genio-, y ahora, ¿cuáles son tus otros dos deseos?
El
pescador reflexionó un momento y dijo:
-Muchas
gracias, no tengo más deseos.
¿Quién
a quién?
Un
hombre que había estudiado en muchas escuelas de metafísica se presento ante
Nasrudin. Describió en detalle en cuales había estado y que había estudiado
para demostrar que merecía ser aceptado como discípulo.
"Espero
que me acepte o, al menos, que me exponga sus ideas -dijo-, puesto que he
empleado tanto tiempo estudiando en esas escuelas."
"!Que
lástima! -exclamo Nasrudin-, usted ha estudiado a los maestros y sus
enseñanzas. Lo que tendría que haber sucedido es que los maestros y las
enseñanzas lo estudiaran a usted. Entonces si habríamos tenido algo
interesante"
La
importancia del bosque
Todos
los maestros dicen que el tesoro espiritual es un descubrimiento solitario.
¿Entonces
por qué estamos juntos? -preguntó uno de los discípulos a Nasrudin, el maestro
sufi.
Ustedes
están juntos porque un bosque siempre es más fuerte que un árbol solitario
-respondió Nasrudin-. El bosque mantiene la humedad del aire, resiste mejor a
un huracán, ayuda a que el suelo sea fértil.
-Pero
lo que hace fuerte a un árbol es su raíz. Y la raíz de una planta no puede
ayudar a otra planta a crecer.
-Estar
juntos en un mismo propósito, es dejar que cada uno crezca a su manera; éste es
el camino de los que desean comulgar con Dios.
La
historia del cerrajero
"Había
una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron
a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su
mujer, que lo quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le
permitiera por lo menos llevarle una alfombra su marido para que pudiera
cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y
dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El
prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus
postraciones sobre ella.
Pasado
un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había
conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de
orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las
narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de
la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y
comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para
escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos
vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos
estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también
estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para
hacerlo.
Así
pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le
llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en
el mercado. Juntos amasarían recursos para la huída y del trozo de metal más
fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave.
Una
noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la
cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde
estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar,
para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para
interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así se reunió con
su mujer, sus ex-guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía.
El amor y la pericia prevalecieron."
El
cuento de las arenas.
Un
río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después de pasar a través de toda
clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo
modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el río trató de atravesar
este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan
pronto llegaba a éstas.
Estaba
convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto y sin
embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde el
desierto mismo le susurró:
"el
Viento cruza el desierto y así puede hacerlo el río"
El
río objetó que se estaba estrellando contra las arenas y solamente conseguía
ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía
cruzar el desierto. "Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo no
lograrás cruzarlo. Desaparecerás o te convertirás en un pantano. Debes permitir
que el viento te lleve hacia tu destino"
-¿Pero
cómo esto podrá suceder?
"Consintiendo
en ser absorbido por el viento". Esta idea no era aceptable para el río.
Después de todo él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su
individualidad. "¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá
recuperarla alguna vez?" "El viento", dijeron las arenas,
"cumple esa función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto y
luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río"
-"¿Cómo
puedo saber que esto es verdad?"
"Así
es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano y aún eso tomaría
muchos, pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un
río."
-"¿Pero
no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy?"
"Tú
no puedes en ningún caso permanecer así", continuó la voz. "Tu parte
esencial es transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado así, aún hoy,
porque no sabes qué parte tuya es la esencial." Cuando oyó esto, ciertos
ecos comenzaron a resonar en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un
estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál sería?, había sido transportado
en los brazos del viento. También recordó --¿o le pareció?-- que eso era lo que
realmente debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio. Y el río elevó sus
vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó
hacia arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron
alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque
había tenido sus dudas, el río pudo recordar y registrar más firmemente en su
mente, los detalles de la experiencia. Reflexionó:"Sí, ahora conozco mi
verdadera identidad" El río estaba aprendiendo pero las arenas
susurraron:"Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y
porque nosotras las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las
orillas del río hasta la montaña" Y es por eso que se dice que el camino
en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía está escrito en las
Arenas.
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